miércoles, 15 de enero de 2020

La hora violeta




Era sólo un bebé y se llamaba Pablo. Era hijo de Sergio y Cristina. Llegó sin ser invitada la leucemia y se adueñó del cuerpo de aquel niño. Cuando venció, tras mil arduos combates en los que sus padres, las enfermeras y las oncólogas se dejaron la piel, quedó un vacío lleno de fragancia, y un dibujo en la cama, y un Vaquero Gay en su habitación. Llegó entonces el momento de reconstruir la casa (arreglando luces y electrodomésticos que se habían ido averiando durante los largos meses de lucha hospitalaria), de reconstruir la vida… y de escribir.
Porque Sergio del Molino sintió que tenía que escribir la crónica de aquellas interminables y durísimas semanas para que quedaran conservados en tinta el amor, la unidad familiar, el reservorio en el pecho del niño, los abrazos, los nombres de los medicamentos, los rugidos juguetones de Pablo, la tenacidad llena de cariño de quienes lo atendieron, las visitas del tío Pedro, el huracán emocional que los zarandeó, Saskatoon, los paseos ensimismados por Barcelona o las estadísticas ilusionantes o adversas.
Es una historia terrible, delicada, desgarrada, entrañable, que el autor, más que escribirla (lo dice él mismo), la llora.
Y no hay más. No se puede ni se debe decir más. Hay que sumergirse en este libro aunque sabes que tu corazón va a sufrir, que el estómago se va a encoger, que la garganta se obturará y los ojos se llenarán muchas veces (muchas) de lágrimas. Te imaginas que puedes ser tú y te zarandea la congoja. Te imaginas que puede ocurrirle a tu hijo o a tu nieto y aprietas los párpados pensando en cómo obrarías. Es un libro de crónica, de aprendizaje, de dolor.
Creía que Mortal y rosa, de Francisco Umbral, era el libro más perturbador del mundo, pero hace unas semanas leí Los lagos de Norteamérica, de José Daniel Espejo, y ahora leo La hora violeta, de Sergio del Molino; y ambos me han dejado idéntica impronta.
Literalmente inolvidable.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Aquí me has pellizcado el alma, me toca demasiado de cerca para plantearme siquiera leerlo. No puedo.

Besitos.