domingo, 15 de septiembre de 2019

Crónica familiar




Abres un libro, creyendo que abres un libro. Comienzas a leer un libro, creyendo que comienzas a leer un libro. Y entonces el firmante de la obra (en este caso, el florentino Vasco Pratolini) te suelta, a bocajarro: “Este libro no es una obra de fantasía. Es un coloquio del autor con su hermano muerto. Al escribirlo, el autor trata sólo de hallar consuelo. Nada más”. A partir de esas líneas, entiendes que tu actitud debe ser otra. Que no puedes pasearte por sus páginas con un lápiz en ristre, dispuesto a subrayar lindezas estilísticas o marcar errores. Alguien te ha puesto una silla para que, sentado en ella, escuches; y tú escuchas, con el máximo de los respetos y con la conmoción erizando tu piel.
Asistes a la narración de dos infancias difíciles, unidas y separadas por el azar. Una madre que muere al dar a luz al hermano pequeño. Un hermano mayor (Vasco) que culpa absurda, atrozmente al recién llegado. Una adolescencia en la que se dibujan aproximaciones y distancias. La lucha por sobrevivir en tiempos duros. Los paseos por calles pobres. Las visitas a la abuela en la residencia de ancianos.
No hay aquí adornos. No hay concesiones literarias de cara a la galería. No hay búsqueda de primores. No hay deleite en la persecución de los adjetivos. Todo es directo, descarnado, escueto, cortante, realista, amargo.
Un gran libro.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Amargo, descarnado, cortante ¡Otro que conoce a mí familia! 😏 En todas partes cuecen habas.

Me gusta la propuesta.
Besitos 💋💋💋💋