Hay
olores, o perfumes, o aromas (no acierto a encontrar el término exacto que
condense lo que quiero expresar) que se perciben y que, de forma irracional,
sin que seamos capaces de ponerle nombre o explicación química, nos ocasionan
sensaciones. Hablo de la magdalena humedecida de Proust; hablo del jabón que
usábamos en la infancia y cuya fragancia nos asalta por sorpresa años después; y
hablo también, al menos en mi caso, de ciertos estilos literarios. Sin ser
capaz de explicar la razón (de poco me sirve ahí ser filólogo), me basta con
leer la página inicial de un libro para saber si conecto con ese autor o esa autora. Es una rara música que me atrae
o me repele, y contra la que resulta inútil (lo he descubierto con el paso de
los años) rebelarse. Faulkner, Hemingway, Onetti o Lezama me resultaron
ríspidos desde el primer párrafo, y las sensaciones no mejoraron a pesar de la
insistencia; a Borges, Hidalgo Bayal, Muñoz Molina o Shakespeare les brindé mi
corazón desde que me susurraron palabras a los ojos. No hay nada que hacerle.
Es un hecho contra el que ya no ofrezco resistencia.
Acabado
el cuarto libro de Pedro Ugarte estoy en condiciones de asegurar que el
bilbaíno pertenece a la segunda categoría: la de quienes componen líneas que,
por los motivos sintácticos, rítmicos, léxicos o argumentales que sea (insisto
en que, a estas alturas de mi vida, ya no me apetece ponerme analítico con los
libros), me cautivan, absorben, convencen, seducen y ganan.
Y es que
los cinco relatos que componen Guerras
privadas (que obtuvo el premio NH y que se publicó en 2002) constituyen un repóquer
de admirable magnetismo literario donde nos encontramos a otros tantos Jorges
(todos los protagonistas se llaman así): el que mantiene una extraña
dependencia emocional con sus antiguos compañeros de trabajo, pese al
transcurso del tiempo (“Amigos para siempre”); el que infringe una orden de
alejamiento, porque desea ver a sus hijos (“Atardecer en la feria”); el que ve
su vida alterada por la llegada de una criatura llorona, que erosiona sus
nervios y su descanso (“Jardín de infancia”); el que se debate, pusilánime,
entre la obediencia a su madre o la sumisión a su novia (“Azul marino o gris
marengo”); y el que sobrelleva una complicada vida de escritor, mientras su
hermano medra en la administración y en la política (“País en armas, héroes de
barro”).
Incorporado
a mi Olimpo particular, ya sólo me queda seguir buscando y leyendo las
restantes obras de Pedro Ugarte. Lo haré sin falta.
1 comentario:
A mí los aromas me evocan recuerdos que muchas veces ignoro que tengo, me hacen vibrar y por más que intento descubrir lo que los provoca o hasta dónde me llevan atrás en el tiempo, solo me vienen imágenes o sonidos inconexos 🤔🤗
Con lo que me gustan los relatos, me los vendes así...
Besitos 💋💋💋
Publicar un comentario