martes, 24 de septiembre de 2019

Guerras privadas




Hay olores, o perfumes, o aromas (no acierto a encontrar el término exacto que condense lo que quiero expresar) que se perciben y que, de forma irracional, sin que seamos capaces de ponerle nombre o explicación química, nos ocasionan sensaciones. Hablo de la magdalena humedecida de Proust; hablo del jabón que usábamos en la infancia y cuya fragancia nos asalta por sorpresa años después; y hablo también, al menos en mi caso, de ciertos estilos literarios. Sin ser capaz de explicar la razón (de poco me sirve ahí ser filólogo), me basta con leer la página inicial de un libro para saber si conecto con ese autor o esa autora. Es una rara música que me atrae o me repele, y contra la que resulta inútil (lo he descubierto con el paso de los años) rebelarse. Faulkner, Hemingway, Onetti o Lezama me resultaron ríspidos desde el primer párrafo, y las sensaciones no mejoraron a pesar de la insistencia; a Borges, Hidalgo Bayal, Muñoz Molina o Shakespeare les brindé mi corazón desde que me susurraron palabras a los ojos. No hay nada que hacerle. Es un hecho contra el que ya no ofrezco resistencia.
Acabado el cuarto libro de Pedro Ugarte estoy en condiciones de asegurar que el bilbaíno pertenece a la segunda categoría: la de quienes componen líneas que, por los motivos sintácticos, rítmicos, léxicos o argumentales que sea (insisto en que, a estas alturas de mi vida, ya no me apetece ponerme analítico con los libros), me cautivan, absorben, convencen, seducen y ganan.
Y es que los cinco relatos que componen Guerras privadas (que obtuvo el premio NH y que se publicó en 2002) constituyen un repóquer de admirable magnetismo literario donde nos encontramos a otros tantos Jorges (todos los protagonistas se llaman así): el que mantiene una extraña dependencia emocional con sus antiguos compañeros de trabajo, pese al transcurso del tiempo (“Amigos para siempre”); el que infringe una orden de alejamiento, porque desea ver a sus hijos (“Atardecer en la feria”); el que ve su vida alterada por la llegada de una criatura llorona, que erosiona sus nervios y su descanso (“Jardín de infancia”); el que se debate, pusilánime, entre la obediencia a su madre o la sumisión a su novia (“Azul marino o gris marengo”); y el que sobrelleva una complicada vida de escritor, mientras su hermano medra en la administración y en la política (“País en armas, héroes de barro”).
Incorporado a mi Olimpo particular, ya sólo me queda seguir buscando y leyendo las restantes obras de Pedro Ugarte. Lo haré sin falta.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

A mí los aromas me evocan recuerdos que muchas veces ignoro que tengo, me hacen vibrar y por más que intento descubrir lo que los provoca o hasta dónde me llevan atrás en el tiempo, solo me vienen imágenes o sonidos inconexos 🤔🤗
Con lo que me gustan los relatos, me los vendes así...

Besitos 💋💋💋