viernes, 27 de septiembre de 2019

El archivo de Egipto




Doy fin a la relectura de la novela El archivo de Egipto, de Leonardo Sciascia, en la traducción de Ana Goldar (Bruguera, Barcelona, 1982), y sigue pareciéndome, como cuando le leí en mi época universitaria, una narración estupenda. Es, sí, la historia magistralmente contada de una hábil impostura (la falsificación de unos códices por parte del fraile Vella); pero también, y sobre todo, es la crónica fidelísima, puntual, amarga e irónica de una aristocracia siciliana que se aferra a sus privilegios. Creo que en 1989 me fijé más en el primer aspecto, mientras que ahora (ampliación de mis horizontes como lector) reparo más en la segunda de las interpretaciones o aristas de la obra.
Los momentos más brillantes de esta novela son, a mi entender, las secuencias en que el astuto fray Giuseppe Vella es agasajado por nobles pelotilleros que desean (con regalos por medio) que éste les confirme “históricamente” su status; y los capítulos del final donde se nos desgrana la atroz tortura que se aplica al abogado Di Blasi (feroz testimonio contra tan inmunda práctica).
Un portento de libro.
Y apunto una frase que en la lectura de hace treinta años no me llamó la atención de un modo especial y que ahora, huérfano ya de madre y padre, me ha provocado auténtico escalofrío: “Cerró los ojos. Al volver a abrirlos, su madre ya no estaba allí, para siempre”.

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