Que los
lectores perciban la sequedad, el calor, la extensión infinita del desierto y
su fulgor implacable; que transpiren los ojos mientras pasean por las líneas de
cada relato; que se sienta como un latido el silencio y que las palabras
(pocas, rugosas, polvorientas) se conviertan en diamantes de perfección
insuperada; que los personajes humildes, derrotados, desengañados, caminen o
esperen con una paciencia milenaria… Todo eso no lo ha hecho nadie mejor que el
mexicano Juan Rulfo. Y en los cuentos de El
llano en llamas se percibe con una nitidez cristalina, casi cegadora.
Los
campesinos que reciben del gobierno una zona desértica, un erial sobre el que
el sol se abalanza como plomo derretido (“Nos han dado la tierra”); la
violencia temible de los hermanos Torrico, que atemoriza a cuantos los rodean
(“La cuesta de las comadres”); la riada que, huérfana de misericordia, arruina
el porvenir de una muchacha del pueblo, que tendrá que avenirse a la
prostitución (“Es que somos muy pobres”); una peregrinación religiosa que tiene
mucho de asesinato (“Talpa”); el hombre que es fusilado por un viejo crimen que
él consideraba ya casi devorado por el amnesia o el perdón (“¡Diles que no me
maten!”); un pueblo fantasmagórico, en el que los habitantes apenas aceptan ponerse
en movimiento cuando el sol se pone (“Luvina”); la beatificación imposible de
un personaje que se valía de la credulidad femenina para obtener favores
sexuales (“Anacleto Morones”); el discurso vacío de un prócer que, tras un
terremoto, acude a una localidad para manifestar el pesar del gobierno y, de
paso, comer y beber como un energúmeno a costa de los lugareños (“El día del
derrumbe”)…
Tantas
historias, leídas tantas veces y releídas ahora con el mismo entusiasmo de la
primera vez.
Admirable
maestro Juan Rulfo. Ciclópeo. Eterno.
1 comentario:
Cojons Profe, es que es el gran Juan Rulfo 🤩
Besitos 💋💋💋
Publicar un comentario