Leer a
Mario Vargas Llosa es placentero, esto no habré de negarlo (aunque no figure
entre mis narradores predilectos). Pero no conviene incurrir en mitomanías
divinizadoras, ni en éxtasis que traten de hacernos ver oro en todo lo que sale
de la pluma (o del ordenador) de algunos escritores.
El
librito Cartas a un joven novelista
(1997) es una solemnísima tontuna. Para qué vamos a engañarnos con fórmulas de
disculpa, elogios mendaces o genuflexiones hacia quien es (no cabe negarlo) uno
de los grandes de la narrativa hispana del siglo XX. Ciento cincuenta
paginitas, ampliamente engordadas con los trucos de la tipografía para decirnos
que existe una forma de escribir novelas, y es fijándose mucho en cómo las han
hecho otros, y tratando uno mismo de escribirlas. Para ese viaje no hacían
falta alforjas de ningún tipo, ni peruanas ni españolas.
El
volumen se lee, eso sí, con interés; y explica con gracia algunos pormenores
técnicos de la novela. Pero poco más. Es como si un carpintero tratase de
enseñar a un aprendiz el oficio explicándole lo que son un martillo, una gubia
y un destornillador.
Un libro
perfectamente bello y perfectamente inútil.
3 comentarios:
Me reafirmo en lo de "solemnísima tontuna" o como dice el refrán, cuando el diablo se aburre mata moscas con el rabo" 🙄
Besitos 💋💋💋
Hace tiempo que no lo leo. Pero "La tía Julia... Está entre mis 50 favoritas.
Me encanta la sinceridad de tu crítica literaria. Con razón eres un escritor admirable y admirado.
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