Matar es
un impulso que, de una u otra forma, nos acomete a todos durante algún momento
de nuestra vida. Por suerte, tan sólo un porcentaje residual de los seres
humanos ha optado por concretar ese atavismo. Pero sí que son legión las
personas (escritores, pintores, cineastas) que han sublimado esa tentación
asesina en forma de obra de arte.
En Crímenes ejemplares, uno de los grandes
exiliados españoles del siglo XX, el aún no demasiado leído Max Aub, nos
entregó un amplio ramillete de viñetas criminales, dominadas por el humor, la
penetración psicológica o el sadismo, en las cuales nos encontramos con
personajes que ejecutan su acción asesina por azar geográfico (“Lo maté porque
era de Vinaroz”); para cumplir la voluntad de una mujer (“¡Antes muerta! –me dijo. ¡Y lo único que yo quería era darle
gusto”); por desapego erótico (“La hendí de abajo arriba, como si fuese una
res, porque miraba indiferente al techo mientras hacía el amor”); por la
seducción irresistible de la impunidad (“Lo maté porque estaba seguro de que
nadie me veía”); por un criterio estético (“Era tan feo el pobre que cada vez
que me lo encontraba parecía un insulto. Todo tiene su límite”); por egoísmo
fraterno (“Mató a su hermanita la noche de Reyes para que todos los juguetes fuesen
para ella”); por fatiga danzatoria (“Me sacó siete veces seguidas a bailar. Y
no valían argucias: mis padres no me quitaban ojo. El imbécil no tenía la menor
idea de lo que era el compás. Y le sudaban las manos. Y yo tenía un alfiler,
largo, largo”); por pura intransigencia ideológica (“Lo maté porque no pensaba
como yo”); por espíritu de imitación (“Yo no tengo voluntad. Ninguna. Me dejo
influir por lo primero que veo. A mí me convencen en seguida. Basta que lo haga
otro. Él mató a su mujer, yo a la mía. La culpa, del periódico que lo contó con
tantos detalles”); o por motivos anatómicos insoslayables (“¡Tenía el cuello
tan largo!”).
Y si
anotamos los principales motivos para el suicidio, Aub nos habla de quienes lo
ejecutan por amor (“No se culpe a nadie de mi muerte. Me suicido porque de no
hacerlo, seguramente, con el tiempo, te olvidaría. Y no quiero”); por
desesperación ecuménica (“¿Quién no se ha suicidado?”); por curiosidad (“Voy a
ver qué pasa”); o incluso por fatiga fisiológica (“Llámanlo el sueño eterno.
Como padezco horriblemente de insomnio, pruebo”).
Una obra
simpática, amena y que puede servir perfectamente para entrar en la narrativa
de Max Aub.
2 comentarios:
Hola, Rubén:
No conocía este título de Max Aub tan diferente a lo que es habitual en él. Tomo nota, me lo apunto y lo difundo porque creo que merece muy mucho ser conocida esta faceta distinta de nuestro escritor.
Un abrazo
Has traído el que podría ser mi libro favorito de Max Aub, no lo afirmo pero sin duda se haría con el primer puesto 🏆
Entre nosotros: me he presentado en tres ocasiones al Certamen internacional de Cuentos Max Aub...pero res de res 😕
Besitos 💋💋💋
Publicar un comentario