sábado, 31 de diciembre de 2016

Hombres desnudos



Cuando se vive una situación de crisis como la que desde hace tiempo atraviesa España, casi nadie sale indemne, ni por arriba ni por abajo. En unos casos, se pierden empresas o negocios que, antaño boyantes, se hunden ahora en la crueldad de la suspensión de pagos o el despido de trabajadores; en otros, engrosan la lista del paro un alto número de personas que, de pronto, pierden sus honorarios, su seguridad y aun su autoestima, para convertirse en seres desorientados o maltrechos.
Alicia Giménez Bartlett (Almansa, 1951) obtuvo el premio Planeta del año 2015 por una narración donde se aproximaba a este universo alborotado, en el que todos los protagonistas intentan, de una manera u otra, sobrevivir. El resultado fue Hombres desnudos, un relato estilísticamente bien resuelto y que se lee con facilidad, donde el relieve principal recae sobre cuatro figuras, muy densas y llenas de matices. El primero es Javier, un antiguo profesor que pierde su trabajo por un reajuste de plantilla en el colegio de monjas donde imparte sus clases de literatura. Es un hombre tranquilo, que vive con Sandra y que no tiene más ambición que la de cobrar su pequeño sueldo y disponer de tiempo libre para invertirlo en lo que más le gusta del mundo: la lectura. El segundo es Iván, que procede de una familia desestructurada (sus padres han tenido problemas con las drogas) y que ha encontrado su lugar en el mundo dedicándose a una actividad más bien marginada: trabajar en un club de estriptís y, como medida complementaria, ser puto. El tercero es Genoveva, una anciana de alto poder económico que, después de haber obtenido el divorcio, dedica su tiempo a las bebidas alcohólicas, las drogas suaves y el alquiler de chicos de compañía, que le permiten seguir disfrutando de la felicidad y el sexo. Y el cuarto es Irene, una empresaria de 42 años que ha sido abandonada por su marido justo en el peor momento: cuando el negocio familiar está viniéndose abajo por los embates de la crisis.
Con esas cuatro piezas básicas, la escritora manchega urde una novela donde irá enredando a los personajes en todo tipo de situaciones (espectáculos de desnudo, cenas de gala, restaurantes, reflexiones sobre el sentido de la vida, proyectos, amarguras, esperanzas), donde irán descubriendo qué quieren y qué no quieren, qué les motiva o qué desechan, qué anhelan y qué descartan. Como Javier verbaliza en la página 127: “Lo importante es seguir vivo y poder decirse a uno mismo que todo va bien”.
Siendo una novela que reúne muchas virtudes (amena en su desarrollo; convincente en su estructura; plausible desde el punto de vista técnico), creo que su punto más débil se encuentra justo en la terminación. Las acciones que ejecuta Javier en las últimas páginas pecan de inconsistentes, y eso contamina el tramo final de la obra de una cierta sensación de prisa, de remate aleatorio, de colofón decepcionante. No me resulta creíble su reacción y su comportamiento durante las seis páginas que cierran el tomo, lo que malbarata, en mi opinión, su cierre.

Pese a la objeción, creo que Alicia Giménez Bartlett logra aquí un texto muy serio y convincente, con más carga psicológica y social de la que a priori se le podría suponer.

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