viernes, 9 de diciembre de 2016

Vieja Navidad



Lo conocemos sobre todo por sus Cuentos de la Alhambra, pero el norteamericano Washington Irving escribió otras muchas obras, bastante menos famosas entre los lectores hispánicos. El Paseo Editorial se encarga ahora, con la traducción de Óscar Mariscal y las asombrosas ilustraciones de Randolph Caldecott, de acercarnos esta pieza novelesca, publicada originalmente en 1820 dentro del volumen Libro de escenas del caballero Geoffrey Crayon. Y quizá para entender su espíritu debamos abrir el volumen por la página 93 y leer un fragmento sumamente interesante, donde Irving nos ofrece una de las claves para entender la obra: “Siempre he considerado que una antigua familia inglesa es un objeto de estudio tan interesante como una colección de retratos de Holbein, o de grabados de Alberto Durero”.
Y para ilustrar su tesis nos presenta a un narrador que, tras viajar en una diligencia en los instantes previos a la Navidad y hospedarse en una posada, se encuentra allí a su viejo amigo Bracebridge, quien lo invita a pasar tan señalada fecha junto a su familia. Su padre (le explica) es un viejo caballero chapado a la antigua, obstinado en mantenerse apegado a las tradiciones, así que todo lo que podrá observar durante las siguientes horas se mantendrá dentro de la más pura ortodoxia festiva inglesa. Intrigado por esta perspectiva, el narrador acepta la invitación y se sumerge en un entorno que parece haber quedado suspendido en el tiempo. Todo allí permanece anclado en los usos arcaicos: las celebraciones religiosas, la letra de las canciones, los rituales gastronómicos, el uso de adornos navideños que respeten las tradiciones, las historias de aparecidos contadas al calor de la lumbre... Al final, después de un retrato minucioso de todos los pormenores de esas horas, el narrador concluye su resumen con unas palabras bien sintomáticas: “Si logro penetrar de cuando en cuando la supurante membrana de la misantropía, sugerir una visión benévola de la naturaleza humana y reconciliar a mi lector con sus semejantes y consigo mismo, entonces no hay duda, ninguna duda: no habré escrito esto enteramente en vano” (p.122).
La obra, por tanto, hay que valorarla en una doble vertiente: en primer lugar, como documento antropológico, en el que quedan consignadas y hasta cierto punto formolizadas las viejas costumbres inglesas (modos indumentarios, aficiones musicales, ritos de sociedad, bailes típicos, ceremonias y temas de conversación), frente a las cuales el escritor norteamericano no despliega ningún tipo de ironía, como erróneamente podría pensarse en algunos tramos, sino una actitud admirativa; en segundo lugar, como texto puramente literario, en el que Washington Irving nos seduce con una prosa muy fluida y, a la vez, densa de construcción, en la que los adjetivos cumplen una labor fundamental de ornato.

La editorial El Paseo, con la publicación en castellano de este viejo libro, contribuye a ofrecernos una visión distinta de la Navidad, más apegada a las tradiciones ancestrales que a los ritos cambiantes de la moda, en unas fechas muy significativas. Solamente por ese detalle ya valdría la pena leer el libro. Pero es que la prosa de Washington Irving es (lo comprobarán desde la primera página quienes se aventuren en estas páginas) una de las más seductoras que cabe imaginarse. Apuesten por este libro y se convertirán, si no lo son aún, en admiradores de este autor.

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