Lo conocemos sobre todo por sus Cuentos de la Alhambra , pero el
norteamericano Washington Irving escribió otras muchas obras, bastante menos
famosas entre los lectores hispánicos. El Paseo Editorial se encarga ahora, con
la traducción de Óscar Mariscal y las asombrosas ilustraciones de Randolph
Caldecott, de acercarnos esta pieza novelesca, publicada originalmente en 1820
dentro del volumen Libro de escenas del
caballero Geoffrey Crayon. Y quizá para entender su espíritu debamos abrir
el volumen por la página 93 y leer un fragmento sumamente interesante, donde
Irving nos ofrece una de las claves para entender la obra: “Siempre he
considerado que una antigua familia inglesa es un objeto de estudio tan
interesante como una colección de retratos de Holbein, o de grabados de Alberto
Durero”.
Y para ilustrar su tesis nos presenta a un narrador
que, tras viajar en una diligencia en los instantes previos a la Navidad y hospedarse en
una posada, se encuentra allí a su viejo amigo Bracebridge, quien lo invita a
pasar tan señalada fecha junto a su familia. Su padre (le explica) es un viejo
caballero chapado a la antigua, obstinado en mantenerse apegado a las
tradiciones, así que todo lo que podrá observar durante las siguientes horas se
mantendrá dentro de la más pura ortodoxia festiva inglesa. Intrigado por esta
perspectiva, el narrador acepta la invitación y se sumerge en un entorno que
parece haber quedado suspendido en el tiempo. Todo allí permanece anclado en
los usos arcaicos: las celebraciones religiosas, la letra de las canciones, los
rituales gastronómicos, el uso de adornos navideños que respeten las
tradiciones, las historias de aparecidos contadas al calor de la lumbre... Al
final, después de un retrato minucioso de todos los pormenores de esas horas,
el narrador concluye su resumen con unas palabras bien sintomáticas: “Si logro
penetrar de cuando en cuando la supurante membrana de la misantropía, sugerir
una visión benévola de la naturaleza humana y reconciliar a mi lector con sus
semejantes y consigo mismo, entonces no hay duda, ninguna duda: no habré
escrito esto enteramente en vano” (p.122).
La obra, por tanto, hay que valorarla en una doble
vertiente: en primer lugar, como documento antropológico, en el que quedan
consignadas y hasta cierto punto formolizadas las viejas costumbres inglesas
(modos indumentarios, aficiones musicales, ritos de sociedad, bailes típicos,
ceremonias y temas de conversación), frente a las cuales el escritor
norteamericano no despliega ningún tipo de ironía, como erróneamente podría
pensarse en algunos tramos, sino una actitud admirativa; en segundo lugar, como
texto puramente literario, en el que Washington Irving nos seduce con una prosa
muy fluida y, a la vez, densa de construcción, en la que los adjetivos cumplen una
labor fundamental de ornato.
La editorial El Paseo, con la publicación en
castellano de este viejo libro, contribuye a ofrecernos una visión distinta de la Navidad , más apegada a las
tradiciones ancestrales que a los ritos cambiantes de la moda, en unas fechas
muy significativas. Solamente por ese detalle ya valdría la pena leer el libro.
Pero es que la prosa de Washington Irving es (lo comprobarán desde la primera
página quienes se aventuren en estas páginas) una de las más seductoras que
cabe imaginarse. Apuesten por este libro y se convertirán, si no lo son aún, en
admiradores de este autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario