Unos arqueólogos descubren, en la isla escocesa de
Iona, un enigmático códice del siglo IX. Se trata de un volumen donde un fraile
llamado Broichàn anota con todo lujo de detalles las visiones que ha tenido
sobre el futuro de la Humanidad. Vaticinios
proféticos que, para sorpresa de las personas que leen el tomo, se están
cumpliendo escrupulosamente: la revolución rusa, la guerra de los Balcanes, el
conflicto del Golfo... Todo está visto y descrito con precisión por aquel
misterioso monje que redactó la obra en el año 806. No hay fraude posible. Son
profecías auténticas. Y se están cumpliendo. De ahí a pensar que los restantes
pronósticos seguirán cumpliéndose hasta el año 2187 (fecha en que termina el
volumen) hay un simple paso, que lleva a muchas personas e instituciones a
interesarse por conseguir la obra: de un lado, un hombre llamado Raimon
Trencavel, que procede de una antigua familia cátara exterminada por la iglesia
católica hace siglos y que intuye que podrá utilizar estas páginas contra el
Vaticano; de otro, el cardenal Pamfili y el millonario Cassidy, que quieren
hacerse con las singulares profecías antes de que caigan en las manos
equivocadas.
Añadan a esta historia la presencia de una bella
profesora de la universidad de Oxford (Kathleen Phillips), la figura intrépida
de un piloto con graves problemas sentimentales (Jaime Cameron), un antiguo
coronel que sobrevive como mercenario a las órdenes de quien mejor pague por
sus servicios (De Jager), constantes peligros, persecuciones por tierra, mar y
aire, exhibición de armas modernísimas, castillos asaltados con nocturnidad,
lanchas zodiac, helicópteros, asesinatos implacables, antiguos secretos que
conviene seguir manteniendo ocultos, amenazas mafiosas, amores inesperados, la
muerte de varios protagonistas... y obtendrán la novela El legado de Catar, de Richard Child, traducido para la editorial
ViaMagna por Nuria Artigas Bellsolell, quien realiza una labor muy notable
salvo cuando confunde (en las páginas 122 y 333) los verbos “espirar” y
“expirar”.
Recomendable para pasar el rato, sin mayores
pretensiones estilísticas.
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