Cuando somos niños (y a veces incluso de adultos)
pedimos con insistencia que nos cuenten cuentos, que nos regalen el oído con
historias que nos entretengan y que terminen de un modo feliz. Ni siquiera su
repetición, constante y sin matices de cambio, nos enoja, porque inferimos de esas
historias invariables una suerte de calma, de previsión, de inmortalidad.
Todorov estudió muy bien estos mecanismos.
Pero los escritores que han sido convocados por
Ediciones Liliputienses para nutrir esta “antología de cuentos políticamente
incorrectos” se burlan en estas cinco propuestas de todas las artimañas
fosilizadoras y torpedean el núcleo de sus argumentos para extraer nuevo jugo
de ellos: Cristina Grande nos ofrece una revisión inmisericorde del cuento del
soldadito de plomo, a la que imprime un quiebro dulce en su párrafo final; Verónica
Pérez Arango se decide por situar ante nuestros ojos una visión bulímica de
Hansel y Gretel, que va progresando en sus niveles de repulsión hasta un final
inquietante; Marina Perezagua imprime un terrible giro funerario a la historia
de Pulgarcito; Jorge Posada (el único varón del grupo), nos desliza una
particular versión del cuento “La mosca”, de Katherine Mansfield; y Elena Román
nos pone ante los ojos su relato “Aicila en el país de la sed”, un cuento
palindrómico donde la niña ideada por Lewis Carroll (que tiene axilas velludas,
manos muy grandes, mucho mal humor y poca minifalda) conversa con durmientes
gigantescos, ratas voladoras y un pingüino fumador.
Un trabajo refrescante, curioso y distinto, que
demuestra la vitalidad de este sello editorial que capitanea en Extremadura el
poeta José María Cumbreño. Se merece todos los aplausos.
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