Una hermosa novela servirá para iniciar el año 2017: la breve y exquisita Historia
de mi vida. En ella nos encontramos con un personaje de gran vigor
narrativo, Misail, que nos va resumiendo su existencia de un modo tan gráfico
como seductor. Aunque ya ha cumplido 25 años, no ha conseguido estabilizarse
todavía en ninguno de los empleos que el nombre y la reputación de su padre (un
afamado arquitecto) le han procurado. Se siente incómodo en todos los despachos
y oficinas, porque tilda esas ocupaciones de labores casi parasitarias. Él
querría, para escándalo de su padre, estupor de su hermana y desconcierto de
toda la sociedad bien pensante que les rodea, un trabajo de obrero. De tal
suerte que, impetuoso y decidido, consigue que lo contraten como pintor de
tejados. Demuestra así tener una voluntad firme y unas ideas sociales muy
concretas y definidas, que se condensan en un ilustrativo fragmento del
capítulo VI: “Nada nos indica que la humanidad evolucione con rumbo al bien.
Junto al desarrollo de las ideas humanitarias contemplamos el de ideas de muy
distinto género. La servidumbre ha sido abolida, pero en su lugar yergue la cabeza
el capitalismo. Y en plena floración de las ideas emancipadoras, la explotación
del hombre por el hombre sigue su curso: exactamente igual que en la
Edad Media , la minoría continúa
alimentándose, vistiéndose y haciéndose defender por la mayoría, que continúa
hambrienta, desnuda y sin defensa”. En esta nueva vida en la que se sumerge con
bravura encontrará dificultades para ser aceptado (las amistades de su padre le
niegan el saludo por la calle), pero también apoyos dulces, como el que le
brinda María, la hija del ingeniero Dolchikov, con la que terminará contrayendo
matrimonio y formando un hogar.
Durante meses, la lucha que acomete Misail para
seguir dentro de la ruta vital que él mismo se ha trazado es ciclópea, pero
pronto se dará cuenta de que nadie más lo acompaña en ese camino, e irá
ingresando en el decaimiento... El final de la novela sirve a Chéjov para
entregarnos algunas de sus páginas más hermosas y melancólicas: aquéllas en las
que Misail enumera el estado actual (lánguido o triunfador, alegre o lloroso,
cercano o distante) de todas las personas que han intervenido de una forma
directa o indirecta en la historia de su vida... El mago de Taganrog demuestra
en estas páginas que su habilidad en el ámbito de la prosa no se circunscribía,
ni mucho menos, al territorio breve, sino que su musculatura narrativa era tan
notable como versátil, y le permitía brillar también en el complicado universo
de la novela.
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