Reconozco abiertamente que cada vez que el
granadino Miguel Ángel Zapata ofrece al público una nueva obra me abalanzo como
un loco a hacerme con ella, porque sé que no habré de salir defraudado de su
lectura. Desde que, en los primeros meses de 2009, abrí las páginas de Baúl de prodigios he intentado que
ninguna de sus producciones se me escapase; y por eso no he tardado prácticamente
nada en devorar los asombrosos relatos que nos propone en el volumen Voces para un tímpano muerto, recientemente
editado por el sello Talentura.
En sus hojas nos espera un alboroto de anomalías,
de atrocidades, de buceos oníricos, de secuencias surrealistas, que conforman
un vademécum de pesadillas o delirios ante el que resulta imposible mantenerse
frío. Allí se nos habla, con prosa apolínea e imágenes dionisíacas, de murallas
construidas con bebés recién nacidos, para contener el impulso apocalíptico de
una riada; de mujeres que se arrancan los ojos y hombres que hacen lo mismo con
sus dientes, para ofrecerlos como prueba de amor; de chicas agredidas por
varones violentos; de madres que, tras morir su bebé, se embarcan en un proceso
regresivo de asombrosas dimensiones; de la indestructible fe enamorada de quien
no se resigna al fallecimiento de su pareja; del enigmático cuarto oscuro de
una casa, en el que se producen inesperadas mutaciones; de ancianas que plantan
penes en las macetas de su alféizar; o, en fin, de viviendas que cuelgan sobre
el abismo y cuya estabilidad sólo se ve vulnerada por una fiebre erótica
incontenible.
Durante la lectura de este catálogo de narraciones,
perturbado y perturbador, recordé varias veces las palabras que Camilo José
Cela colocó al inicio de su Oficio de
tinieblas 5, cuando afirmaba que lo que venía después no era propiamente
una novela, sino la purga de su corazón. No me parece arriesgado suponer que el
narrador granadino se guía por luces similares a la hora de concebir las
historias de este tomo, que quizá cumplan una labor de ascesis, de
psicoanálisis o de exorcismo.
En todo caso, creo que su maestría literaria no se
puede, hoy por hoy, discutir. Miguel Ángel Zapata maneja un lenguaje tan
preciso, unos recursos retóricos tan contundentes y una capacidad de seducción
tan contrastada que constituye casi un pecado no aproximarse a sus libros y
dejarse mecer por la magia de sus propuestas y por la musicalidad de su prosa.
Si desean regalar un buen libro estas Navidades les sugiero que consideren esta
opción. Quien lo reciba se lo agradecerá.
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