domingo, 4 de agosto de 2024

Fiesta en la madriguera

 


En la literatura, como en cualquier otra faceta de la vida, el azar alcanza unas dimensiones que, por su imposible medición, tendemos a relegar con una sonrisa incómoda. No es, desde luego, mi caso: yo soy perfectamente consciente de que la casualidad, el albur o el sino me ha deparado experiencias literarias de altísima belleza; y por eso siempre le estaré agradecido. Hace apenas dos meses, sin que mi voluntad mediase en la elección, puso en mi camino la obra Peluquería y letras, del mexicano Juan Pablo Villalobos, que reseñé en el blog con felicidad (https://rubencastillo.blogspot.com/2024/06/peluqueria-y-letras.html) y que provocó que la profesora Rocío Pintado Navarro me sugiriese adentrarme después en las páginas de Fiesta en la madriguera, cosa que acabo de hacer con tanto asombro como aplauso.

¿Qué resumen se puede hacer del libro? Ninguno, vive Dios: le quitaría parte de su gracia al volumen. Solamente situaré a los posibles lectores en el ámbito de la narración y en sus personajes principales… Imaginen un palacio de fastuosas dimensiones, propiedad del narcotraficante mexicano Yocault. En él se encuentra su hijo Tochtli­, un muchacho que nos va relatando lo que ve a su alrededor: un profesor particular que odia el mundo capitalista (Mazatzin), una prostituta silenciosa que acude semanalmente a ver a su progenitor (Quecholli), unos mercenarios que torturan o asesinan sin ningún tipo de emoción, un gobernador que acude a la casa porque colabora con los negocios de cocaína dirigidos por el padre; y, sobre todo, el entorno palaciego, lleno de lujos (jarrones chinos, tigres, cajas fuertes, ostentación de joyas), que rodea su vida. Y, de pronto, un capricho se suma a la larga lista de los que ha ido formulando durante años: ahora Tochtli quiere poseer un hipopótamo enano de Liberia, tarea imposible de asumir para cualquiera que no sea Yocault, “que siempre puede”.

Les sugiero que se adentren en este libro y verán cómo les atrapa desde las líneas iniciales el tono que emplea el narrador, mezcla de crueldad aséptica, de candor infantil y de humor negro, delirante y surrealista, tan espeluznante desde el punto de vista humano como irresistible desde el literario. A través de su discurso se nos invita a reflexionar sobre la ambición, sobre la frialdad, sobre las traiciones, sobre las carencias emocionales y sobre el poder del dinero.

Yo no sé si México es un país nefasto, patético, sórdido o fulminante, pero qué inmensa alegría que haya producido para la literatura un narrador como Juan Pablo Villalobos. Ya lo cantaban los integrantes del grupo Molotov hace unos años: “Viva México, cabrones”.

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