En
la literatura, como en cualquier otra faceta de la vida, el azar alcanza unas
dimensiones que, por su imposible medición, tendemos a relegar con una sonrisa
incómoda. No es, desde luego, mi caso: yo soy perfectamente consciente de que
la casualidad, el albur o el sino me ha deparado experiencias literarias de
altísima belleza; y por eso siempre le estaré agradecido. Hace apenas dos
meses, sin que mi voluntad mediase en la elección, puso en mi camino la obra Peluquería
y letras, del mexicano Juan Pablo Villalobos, que reseñé en el blog con
felicidad (https://rubencastillo.blogspot.com/2024/06/peluqueria-y-letras.html) y que
provocó que la profesora Rocío Pintado Navarro me sugiriese adentrarme después
en las páginas de Fiesta en la madriguera, cosa que acabo de hacer con
tanto asombro como aplauso.
¿Qué
resumen se puede hacer del libro? Ninguno, vive Dios: le quitaría parte de su
gracia al volumen. Solamente situaré a los posibles lectores en el ámbito de la
narración y en sus personajes principales… Imaginen un palacio de fastuosas
dimensiones, propiedad del narcotraficante mexicano Yocault. En él se encuentra
su hijo Tochtli, un muchacho que nos va relatando lo que ve a su alrededor: un
profesor particular que odia el mundo capitalista (Mazatzin), una prostituta
silenciosa que acude semanalmente a ver a su progenitor (Quecholli), unos
mercenarios que torturan o asesinan sin ningún tipo de emoción, un gobernador
que acude a la casa porque colabora con los negocios de cocaína dirigidos por
el padre; y, sobre todo, el entorno palaciego, lleno de lujos (jarrones chinos,
tigres, cajas fuertes, ostentación de joyas), que rodea su vida. Y, de pronto,
un capricho se suma a la larga lista de los que ha ido formulando durante años:
ahora Tochtli quiere poseer un hipopótamo enano de Liberia, tarea imposible de asumir
para cualquiera que no sea Yocault, “que siempre puede”.
Les
sugiero que se adentren en este libro y verán cómo les atrapa desde las líneas
iniciales el tono que emplea el narrador, mezcla de crueldad aséptica, de
candor infantil y de humor negro, delirante y surrealista, tan espeluznante
desde el punto de vista humano como irresistible desde el literario. A través
de su discurso se nos invita a reflexionar sobre la ambición, sobre la
frialdad, sobre las traiciones, sobre las carencias emocionales y sobre el
poder del dinero.
Yo no sé si México es un país nefasto, patético, sórdido o fulminante, pero qué inmensa alegría que haya producido para la literatura un narrador como Juan Pablo Villalobos. Ya lo cantaban los integrantes del grupo Molotov hace unos años: “Viva México, cabrones”.
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