miércoles, 21 de agosto de 2024

Esperando al diluvio

 


Los libros de Dolores Redondo se han convertido, durante la última década, en piezas de éxito constante, que el público ha sancionado con su aplauso: bastaría con recordar su premio Planeta del año 2016 (Todo esto te daré) o la celebérrima Trilogía de Baztán. Como en mi blog y en mi experiencia lectora quiero explorar la mayor cantidad de caminos posibles, he querido saber si su literatura llamaba mi atención; y he elegido Esperando al diluvio, que me ha parecido un trabajo muy interesante. Para una persona no especialmente enamorada de la novela negra, como es mi caso, afrontar un volumen de casi quinientas páginas con esa temática constituía una prueba de fuego de notable envergadura, y reconozco que la autora ha superado con nota la prueba. El punto de partida (un asesino múltiple, que acaba con la vida de mujeres por culpa de un trauma infantil) no resulta desde luego fascinante, porque el mecanismo empieza a ser más viejo que las pirámides de Egipto, pero la forma en que la escritora donostiarra va dotando de densidad y de credibilidad a sus escenas sí que me ha parecido muy notable. Me he creído al “perseguidor” Noah Scott Sherrington, cuyas flaquezas anímicas y cuya salud quebrantada le otorgan una dosis de humanidad muy atractiva; me he creído al joven ertzaina Mikel Lizarso, tan idealista y a la vez tan maduro; me he creído a Rafa, el chico con parálisis cerebral que aroma de ternura el último tercio de la novela; me he creído la historia de amor de Maite, golpeada por la vida pero accesible a los nuevos rayos del sol; me he creído la redención última de Kintxo, porque todos podemos equivocarnos y, a la vez, alcanzar al fin la dignidad; me he creído hasta las figuras secundarias, como la dueña de la pensión donde se hospeda Noah, o la sagaz psiquiatra Elizondo, o el hierático capitán Lester Finnegan. En todos ellos ha puesto Dolores Redondo un exquisito cuidado compositivo, extensible a las ambientaciones escénicas (tanto del brumoso Glasgow como del más cercano Bilbao, con su guerra de banderas, sus rutas de txikiteo y su idiosincrasia norteña), el lenguaje de los diferentes protagonistas e, incluso, las circunstancias médicas que rodean al inspector irlandés. Quizá lo más impresionante ha sido constatar cómo los numerosos hilos de la historia, lejos de trenzarse en unos casos y quedar libres en otros (lo cual habría sido también legítimo, porque la vida presenta muchas veces esa estructura), se anudan al fin de un modo cartesiano, para que la obra no presente flecos prescindibles o meros adornos espurios. Y, desde luego, aplaudo la forma en que describe la terrible tormenta que se abatió sobre Bilbao en agosto de 1983, que sirve como decorado (y casi como personaje) para el final de la obra, que adquiere con sus millones de litros de agua un tono apocalíptico.

En suma, una novela muy bien construida, vigorosa en su trazo, tensa cuando tiene que serlo, tierna cuando lo pide la historia y que me ha revelado a una escritora a la que volveré a visitar dentro de poco.

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

Leí la novela hace exactamente (casi exactamente, lo acabo de comprobar) un año. Me gustó mucho siendo lo primero que, como tú, leía de ella. Como bien dices hay mucha verdad en toda la novela; casi todo es creíble, cuando no algunas veces histórico. Es una novela redonda. Escribe, decía MIguel Pina en un comentario que dejó a mi reseña, en modo cine; de ésta aún no la hay, pero seguro que más pronto que tarde la harán, se presta a ello.
Un abrazo