Desengáñense
los ingenuos: el ser humano no es un animal especialmente admirable, como bien
demuestran la Historia o su simple proximidad. Voltaire, que era un magnífico
observador y analista de su entorno, sabía de sobra que sus congéneres eran “embusteros,
cautelosos, pérfidos, ingratos, salteadores, débiles, inconstantes, viles,
envidiosos, tragones, borrachos, avarientos, ambiciosos, crueles,
calumniadores, disipados, fanáticos, hipócritas y tontos” (la secuencia, tan
escalofriante como lúcida, puede leerse en el capítulo XXI de este volumen). De
ahí que la lectura de Cándido se convierta en un espejo terrible, en el
que nos vemos reflejados, como especie, con escalofriante exactitud.
Al
principio, nos encontramos en el castillo de un barón en Westfalia. Allí vive nuestro
protagonista, embelesado con las doctrinas filosóficas de su maestro Pangloss
(quien considera que este es el mejor de los mundos posibles, y que todo en él
sucede de la manera más sensata y recta) y enamorado como un tierno adolescente
de la sin par Cunegunda, hija del barón. Por desgracia, la noble familia no
parece muy dispuesta a consentir los devaneos sentimentales de su heredera con
un plebeyo ayuno de títulos y fortuna; y Cándido, cómo no, termina expulsado de
manera ignominiosa del castillo. Desde ese momento, sufrirá mil y un reveses
por los caminos del mundo: será reclutado con engaño para que luche en la
guerra en las filas del rey de Bulgaria (el capítulo III es un excelente
resumen de lo que Voltaire pensaba sobre el militarismo); sufrirá palizas y
naufragios; cruzará el Atlántico y se topará en América con las mismas lacras
que azotan Europa (hipocresía, latrocinios, abusos jesuíticos, venganzas);
conocerá el reino de El Dorado (el único lugar del mundo donde sí que parece
existir la justicia: la pena es que sea ficticio); y, al fin, después de
atravesar todo el orbe, asistir con asombro a varias anagnórisis y sufrir
reveses sin cuento, comprende que la única manera sensata de ser feliz consiste
en plantar un huerto y vivir de tu trabajo, sin depender de riquezas u honores
que vengan de otros seres humanos. Entre el optimismo absoluto de Pangloss y el
pesimismo absoluto de Martín, Cándido tendrá que encontrar el punto de
equilibrio, si es que existe.
Concebida como una parodia de las novelas de aventuras (personajes que actúan como clichés, viajes constantes, estructura circular), Voltaire consigue en esta narración divertida y cáustica un retrato durísimo sobre el mundo que nos rodea, ese pantano en el que nadie se preocupa por nadie, todos estamos expuestos a sufrir abusos y raramente muestra la luz de la bondad o la justicia.
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