sábado, 18 de febrero de 2023

Los ojos de la noche

 


A veces, cuando la desesperación alcanza su máxima altura dentro de nosotros y las lágrimas son tan abundantes y espesas que ni siquiera se deslizan por nuestra cara, elegimos un sendero turbulento o irreversible en el que adentrarnos; un camino que, a pesar de su condición ríspida, se nos figura el único viable. En esos instantes, nada tienen que decir el cerebro, la sensatez o la cordura, porque es el desgarro el que se apropia de la voluntad, es la desesperación la que enarbola sus banderas.

Una mujer madura y con buena posición económica, infeliz en su matrimonio y huérfana de afectos, ha decidido contratar a un muchacho ciego y se lo ha llevado a la habitación de un hotel. No busca la animalidad primaria del sexo, no quiere deslizarse por el grotesco tobogán del engaño. Quiere algo más: ser escuchada. Que un ser sin ojos, pero con oídos, se convierta en el recipiente sobre el que verter su frustración, su soledad, su desconcierto. Pero la ceremonia no va a celebrarse del modo en que ella previó, porque el muchacho, refractario a su condición pasiva o ancilar, le formulará preguntas, la obligará a explicarse, la observará. Así que el aterrador propósito que ella acariciaba en secreto para el final del día (y que descubrimos en las páginas postreras) sufrirá una mutación imprevista.

Dueña de una capacidad casi hipnótica para introducirse en el alma de sus personajes y desnudarlos ante nosotros (y ante sí mismos), la dramaturga madrileña Paloma Pedrero nos ofrece en esta intensa pieza una dura reflexión sobre el modo triste (y quizá inexorable) en que las ilusiones se marchitan y nos dejan como único regalo su niebla pegajosa. La mujer (quien simbólicamente se llama Lucía) ya no disfruta de un cuerpo terso y juvenil; y ha perdido, además, toda lujuria con respecto a su esposo, figura que adopta líneas de paisaje. Pero el muchacho (quien simbólicamente se llama Ángel) es capaz de atravesarla con sus ojos vacíos y revelarle pliegues escondidos y emociones larvadas que ella, sin saberlo, portaba en el alma. Es difícil escenificar con más brillantez el encuentro (combate y caricia) entre dos corazones.

Paloma Pedrero, siempre lúcida y memorable.

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

Impresionante. Me gusta todo cuanto dices en tu reseña sobre esta obra dramática. Conozco el nombre de la dramaturga pero, confieso, nada suyo he leído ni visto sobre las tablas. Los ojos de la noche me resulta muy atractiva. Ese asunto de la persona -en este caso mujer- entrada definitivamente en la madurez que ha perdido atractivo y se encuentra en un recodo de su camino vital es asunto importante en una sociedad que todo lo cifra, al menos durante los años de juventud. en el atractivo y el sex appeal.
Un saludo, Rubén