No
incurro en ninguna vileza ni en ningún spoiler (perdóneseme la palabra,
tan usada últimamente en nuestro mundo de series televisivas) si adelanto
algunos elementos argumentales que ya vienen insinuados en el título mismo de
esta novela: Francisco de Goya, el sordo de Fuendetodos, pintó un retrato de Godoy,
por encargo del ayuntamiento de Murcia, en los primeros años del siglo XIX. Y
esa obra, por una serie de avatares asombrosos, casi rocambolescos, terminó en
el camarote del capitán del Titanic, Edward John Smith; y, por tanto, se halla en
el fondo del océano Atlántico desde el mes de abril de 1912. ¿Cómo se las
organiza Santiago Delgado para introducir en esta trama seductora al conde de
Floridablanca, a Antonete Gálvez, al marqués lorquino Pedro Rossique, al
artista caravaqueño Rafael Tegeo, al duque de Wellington, al multimillonario
John Jacob Astor IV (el hombre más rico del mundo en su día), al banquero
Rothschild y a otros singulares personajes franceses, ingleses y
norteamericanos entre 1800 y la actualidad? Pues oigan, se las organiza. Y lo
hace (ningún asombro causará tal afirmación entre quienes conocen sus libros) con
una desenvoltura y unos conocimientos históricos y artísticos que anonadan.
Todos los detalles están milimétricamente calculados, todas las acciones se
articulan de modo coherente, todos los emplazamientos resultan creíbles, todos
los razonamientos (políticos, militares, económicos) se antojan impecables. El
resultado es una novela de gran intensidad y marcado poder magnético, que la
editorial MurciaLibro ha tenido la inteligencia de publicar y que nos ratifica
algo que ya estaba clarísimo desde hace muchos años: que Santiago es uno de los
creadores más firmes y poliédricos con los que cuenta la historia de la Región
de Murcia.
Con este argumento, lleno de sorpresas, heroicidades, erotismo, argucias y viajes, un guionista avispado vertebraría una serie (hablaba de series al comienzo de mi comentario y quiero acabarla del mismo modo) de éxito asegurado. Lean ustedes la novela y seguro que me dan la razón.
1 comentario:
Otro abrazo infinito, Rubén
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