Resulta
difícil imaginar que pueda llegarse a la senectud (vital y literaria) con una
majestad superior a la que despliega entre nosotros Dionisia García. Cada libro
suyo es un pequeño diamante, bruñido y espléndido, que los lectores tenemos la
inmensa suerte de disfrutar y conservar en nuestras estanterías. Da igual que
sea en prosa o en verso; da igual que sean estrofas o máximas. Su palabra es
siempre luz y agua fresca, sabiduría y novedad, columna jónica. Esta evidencia
vuelve a quedar de manifiesto en Vuelo hacia dentro (Libros del Aire,
2022), volumen de aforismos que, como todos los suyos, procede de una larga
acumulación y una larga decantación (las reflexiones que aquí se alinean
comenzaron a fraguarse en marzo de 1999 y se prolongan hasta noviembre de
2018). Aquí se habla del ser humano, de Dios, de la libertad, de la muerte, de
la necesidad de amar a nuestros semejantes, de los encuentros gozosos con
poetas queridos, de voces que alegran desde el otro lado del teléfono, de la
terca insensatez de las guerras, de la memoria, de Gutenberg y Steinbeck, de
Borges y Montaigne, de música y de política, de la mentira y la verdad. La
mirada ecuménica de Dionisia García planea sobre todo lo humano y lo divino,
extrayendo para nosotros su gota pura de opinión o de saber, que deposita en
nuestras pupilas.
Condensarlo es inútil, además de imposible, porque ningún color es más importante que otro en el arco iris. Pero no me resisto a dejar anotadas algunas de sus líneas, para que ustedes se hagan una idea de lo que encontrarán a raudales en este volumen mayestático: “Lo inquebrantable puede hacerse añicos”. “Vivimos de milagro y nos parece poco”. “Ruego: Quien sepa qué está pasando que ponga precio a su verdad”. “El no entender por qué estamos aquí es una penitencia de por vida”. “Quienes van a morir, buscan una mirada que los acoja”. “El lado triste de nuestra existencia lo vendemos, y tiene muchos compradores”. “Los poetas no mueren, se relevan”. “Para un ratito que estamos en este planeta, vaya revuelo que armamos”. “Los eminentes están arrinconados por tanto ruido”. “Cervantes, a la luz de una vela, creó un mundo perdurable. Quizá en esta época sobren resplandores”. “Cada noche me despido de mí, por si acaso”. “El último día no lo podremos contar…”.
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