A
veces, cuando la desesperación alcanza su máxima altura dentro de nosotros y
las lágrimas son tan abundantes y espesas que ni siquiera se deslizan por
nuestra cara, elegimos un sendero turbulento o irreversible en el que
adentrarnos; un camino que, a pesar de su condición ríspida, se nos figura el
único viable. En esos instantes, nada tienen que decir el cerebro, la sensatez
o la cordura, porque es el desgarro el que se apropia de la voluntad, es la
desesperación la que enarbola sus banderas.
Una
mujer madura y con buena posición económica, infeliz en su matrimonio y
huérfana de afectos, ha decidido contratar a un muchacho ciego y se lo ha
llevado a la habitación de un hotel. No busca la animalidad primaria del sexo,
no quiere deslizarse por el grotesco tobogán del engaño. Quiere algo más: ser
escuchada. Que un ser sin ojos, pero con oídos, se convierta en el recipiente
sobre el que verter su frustración, su soledad, su desconcierto. Pero la
ceremonia no va a celebrarse del modo en que ella previó, porque el muchacho,
refractario a su condición pasiva o ancilar, le formulará preguntas, la
obligará a explicarse, la observará. Así que el aterrador propósito que
ella acariciaba en secreto para el final del día (y que descubrimos en las
páginas postreras) sufrirá una mutación imprevista.
Dueña
de una capacidad casi hipnótica para introducirse en el alma de sus personajes
y desnudarlos ante nosotros (y ante sí mismos), la dramaturga madrileña Paloma
Pedrero nos ofrece en esta intensa pieza una dura reflexión sobre el modo
triste (y quizá inexorable) en que las ilusiones se marchitan y nos dejan como
único regalo su niebla pegajosa. La mujer (quien simbólicamente se llama Lucía)
ya no disfruta de un cuerpo terso y juvenil; y ha perdido, además, toda lujuria
con respecto a su esposo, figura que adopta líneas de paisaje. Pero el muchacho
(quien simbólicamente se llama Ángel) es capaz de atravesarla con sus ojos
vacíos y revelarle pliegues escondidos y emociones larvadas que ella, sin
saberlo, portaba en el alma. Es difícil escenificar con más brillantez el
encuentro (combate y caricia) entre dos corazones.
Paloma Pedrero, siempre lúcida y memorable.
1 comentario:
Impresionante. Me gusta todo cuanto dices en tu reseña sobre esta obra dramática. Conozco el nombre de la dramaturga pero, confieso, nada suyo he leído ni visto sobre las tablas. Los ojos de la noche me resulta muy atractiva. Ese asunto de la persona -en este caso mujer- entrada definitivamente en la madurez que ha perdido atractivo y se encuentra en un recodo de su camino vital es asunto importante en una sociedad que todo lo cifra, al menos durante los años de juventud. en el atractivo y el sex appeal.
Un saludo, Rubén
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