lunes, 20 de febrero de 2023

Las flores radiactivas

 


A mí, los libros de Agustín Fernández Paz me gustan mucho. Vaya esa declaración (tan aclaratoria como rotunda) por delante. Tres de ellos los he reseñado en mi blog: Tres pasos por el misterio (2009), Mi nombre es Skywalker (2020) y Las fronteras del miedo (también en 2020). Y algunos más pasaron por mis ojos antes de que dispusiera de este lugar en el que anoto mis comentarios. Así que cuando cayó por mis manos hace unos días la novela juvenil Las flores radiactivas no me lo pensé ni un minuto: tenía que leerla. Y así lo he hecho.

El problema es que, ay, me ha defraudado. Quizá porque se trataba (lo he descubierto después) de su primera publicación; quizá porque mis expectativas eran demasiado altas; quizá porque su ñoñería me ha resultado chirriante. No lo sabría precisar. Tal vez se trate de una mezcla de factores. La idea de partida era, para qué decir otra cosa, muy buena: la aparición de una extraña fosforescencia que llama la atención de las autoridades en una zona de alta mar donde, durante años, se han vertido centenares de bidones de productos radiactivos. ¿Acaso se han roto algunos de esos bidones y se ha producido un escape contaminante? ¿Es peligrosa esa luz que abrillanta el mar y es visible desde centenares de metros de distancia? Pescadores, ecologistas y hasta militares se encuentran nerviosos y se empeñan en descubrir (cada grupo a su manera) el origen y el alcance de esa inquietante fosforescencia, sobre la que se formulan todo tipo de suposiciones.

Hasta ahí, bien.

El problema es que el autor resuelve el enigma por la vía más absurda, indicando que se trata de una gran acumulación de flores, que absorben y neutralizan la radioactividad, pero que emiten un aroma embriagador, que produce un extraño cambio en quienes lo aspiran. En ese punto, la narración se le va de las manos a Fernández Paz, que se desliza hacia una fantasía adolescente de pocos quilates. Agradable, sí, pero de un candor que raya en la idiocia y de un maniqueísmo casi insultante: todos los militares son malos, perversos, retorcidos, crueles, sádicos y pretenden destrozar el mundo, mientras que todos los ecologistas son ángeles de bondad inmarcesible, honestos, inmaculados y rectísimos. El resultado es burdo, sobre todo porque la presunta justificación de que la novela está dirigida a un público de edad reducida no redime ni mejora un planteamiento simplista que, siendo a veces disculpable, peca aquí de excesivo.

No hay comentarios: