Guibrando
Viñol es un muchacho de 36 años que lleva toda la vida bajo la losa de su
nombre ridículo, que se presta a todo tipo de deformaciones y juegos tontos de
palabras. Habita en una pequeña vivienda, con la única compañía de un pez rojo
(al que alimenta con cariño y al que le cuenta los detalles de su día a día).
Trabaja en una fábrica y se ocupa de activar y mantener en funcionamiento una
horrenda máquina Zerstor 500, que destruye libros con una eficacia y una
voracidad aterradoras. Sus dos únicos amigos son Giuseppe (que perdió sus
piernas en un grave accidente dentro de la Zerstor) e Yvon Grimbert (que recita
siempre versos dodecasílabos, de alta sonoridad). Y su única distracción
consiste en leer en voz alta, en el vagón de cercanías que utiliza para ir a la
fábrica, las pobres páginas que consiste rescatar del interior de la Zerstor,
milagrosamente intactas. Así es la vida de Guibrando: monótona,
insatisfactoria, solitaria y mentirosa (su madre cree que trabaja en una
imprenta, como auxiliar de publicaciones).
Pero
basta un pendrive, un simple pendrive encontrado en el vagón de manera
fortuita, para que la vida de Guibrando experimente un vuelco, porque la
persona que lo ha perdido (que se identifica como Julie) ha almacenado en esa
memoria USB setenta y dos archivos de texto donde consigna anécdotas de su vida
como limpiadora de lavabos en unos grandes almacenes. Tras leerlos varias
veces, el tímido Guibrando comienza a obsesionarse con esa chica, a la que le
gustaría conocer: su amigo Giuseppe, postrado en una silla de ruedas y
obsesionado a su vez con la adquisición de todos los ejemplares que existan del
libro Jardines y huertos de antaño, de Jean-Eude Freyssinet (la razón
tendrá que averiguarla quien lea la novela, y les aseguro que es fascinante y
conmovedora), se dispone a ayudarlo en esa búsqueda.
Un
relato dulce y bronco a la vez, ilusionado y amargo, El lector del tren de
las 6.27 (que traduce Adolfo García Ortega para Seix Barral) es una obra
que te lleva de la sonrisa a las lágrimas, de la emoción al desconcierto, y que
al final se tiñe de ternura, en un tirabuzón quizá algo candoroso, pero de alta
eficacia.
Léanla.
1 comentario:
Veo que es un Fahrenheit 451 modernizado. Me agrada. Voy a buscarlo.
Gracias, Rubén
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