viernes, 24 de febrero de 2023

Las Meninas

 


Nos situamos a mitades del siglo XVII, en la ciudad de Madrid. Una parte de la Corte de Felipe IV se encuentra agitada y molesta con don Diego Velázquez, pintor amado y protegido por el monarca, quien acaricia la idea de pintar un lienzo que muchos juzgan provocador, en el que una infanta quedará retratada junto a sus sirvientas, sus enanos (Mari Bárbola y Nicolasillo) y un perro. Los reyes, qué osadía, apenas serán visibles en la imagen borrosa de un espejo. Y el propio Velázquez quedará inmortalizado como figura notoria del cuadro. Para impedir esa indigna falta de respeto y esa evidente soberbia se movilizan todo tipo de figuras: pintores rivales que envidian su talento y su posición en la Corte (Angelo Nardi), familiares que buscan su descrédito para medrar (José Nieto), religiosos que no dudan en recordar su afición por pintar mujeres desnudas (un dominico) y hasta algunos nobles que lo consideran inadecuadamente cercano al rey (el marqués). Frente a todas esas asechanzas virulentas y codiciosas, don Diego apenas cuenta con el apoyo de la infanta María Teresa (que lo admira, pero que poco puede alzar la voz frente a la ceguera de su padre) y a la balbuciente fe de su esposa Juana (que lo quiere, pero que se encuentra zarandeada por la sospecha de que Diego le fue infiel en Italia con alguna de sus bellas modelos). Lo que está en juego es la creación (o prohibición) del futuro cuadro “Las Meninas”.

Con esta excepcional obra dramática, Antonio Buero Vallejo (Guadalajara, 1916) nos ofrece una visión profunda y descarnada de aquella España podrida, en la cual el rey se dedicaba al ejercicio de la caza y a engendrar hijos bastardos; sus consejeros desviaban o despilfarraban los caudales públicos para mantener una farsa de prosperidad; el pueblo moría de hambre, atosigado por crecientes impuestos, sin que le resultase permitida ni siquiera la protesta; los dignatarios eclesiásticos se solazaban en la impunidad y en el control de la vida moral del país; y el resto de Europa, descubiertas las fisuras del otrora gigante hispánico, comenzaban a tomar posiciones para suplantarlo en su lugar hegemónico. Pero también nos pasea por el alma y por los ojos de un pintor único, mostrándonos sus inquietudes, sus firmezas, sus temores, sus búsquedas estéticas (cuando Nardi le recrimina que una parte de sus retratos sea nítida y detallista, mientras que el resto queda un poco difuminado, Velázquez responde con una aguda precisión artística y oftalmológica: “Vos creéis que hay que pintar las cosas. Yo pinto el ver”).

Pintor y dibujante en sus inicios (y de notable técnica), Buero Vallejo realiza una brillante inmersión en el espíritu de Velázquez y nos regala un drama de altísimo valor, lleno de ternura y tragedia, que figura entre sus obras más notables.

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