En
la portada de este volumen (cuya lectura abordé hace años y cuyas anotaciones
acabo de recuperar ahora de un cajón) se sitúa como motivo central un simpático
dibujo de Antonio Mingote, donde se reproduce a un moro que, ataviado con fez,
chilaba de colores y babuchas, huye con una voluptuosa y sonriente mujer
desnuda en los brazos; y, al inicio de la obra, Santiago declaraba con emoción
que la había comenzado a redactar inmediatamente después de la muerte del
autor, en el verano de 1989.
Como
punto de partida, después de una lectura exhaustiva e inteligente de las obras
del jumillano, Santiago advirtió en ellas tres particularidades que las
unifican y cruzan: el Perdularismo
(concepto que trasciende, mejora y dignifica el sentido tradicional de la
palabra “perdulario” —cargado de matices peyorativos en todos los diccionarios,
incluido el oficial de la Real Academia de la Lengua—, pues supone una visión
socarrona, espontánea y arraigada “en los hombres y mujeres de nombre y
apellidos concretos”, p.14), la Contrahistoria
(Santiago establece, como es lógico, las conexiones con el concepto unamuniano
de “intrahistoria”, pero considera que Cobos va mucho más allá, pues considera
que “el autor murciano rebusca esa cotidianidad en los más humildes y demuestra
cómo la Historia, sus ideas, sus consignas, su poder, influye y reprime […] a
toda esa capa de marginados que forma el lumpen de la sociedad”, p.16) y el Humor (que podrá parecer un elemento
curioso, dada la seriedad de los conceptos anteriores, pero que puede
interpretarse como el subproducto resultante del choque y mixtura de ambos).
A
continuación, expuestas con exactitud y con rigor dichas observaciones
teóricas, Santiago Delgado analiza los cuatro libros más importantes de Pedro
Cobos en función de las citadas categorías: ¡Ay de mi Alhama! (donde “se
trata de pormenorizar cómo el Perdularismo
musulmán fue avasallado por la
Historia cristiana, consistiendo en ello la lección de Contrahistoria”, p.21. Mediante la maurofilia
evidente de sus páginas y la cristianofobia que en todo momento las traspasa, Cobos
nos ofrece “el negativo de la
Historia” (p.46) que oficialmente se nos ha querido vender.
Así, es notorio que en este volumen se termina “creando un clima de acusación y
denuncia que acaba, definitivamente, por hacer del libro un alegato contra la
injusticia, diferenciándolo bien claramente del libro de humor con que
cualquier lector acaso despreocupado pudiera confundirlo”, p.48), La cruzada
de los niños (donde se incide en la idea de que “el fanatismo impele a la
estupidez para dirigir la
Historia: las consecuencias las sufren siempre los más
débiles”, p.58. Esa es la dura lección de Contrahistoria que la obra del
jumillano nos ofrece, y cuyo esqueleto conceptual tan bien resume Santiago en
un cuadro que figura en la página 74 del libro), Milán 3.1.3. (en la
cual “la voluntad paródica del autor es evidente”, p.81, y donde se nos entrega
una lección de Contrahistoria absolutamente genial, desmitificando la célebre
visión de la cruz y la leyenda que al parecer la aureolaba (“In hoc signo
vinces”) explicando que solamente fue un ingenioso truco perpetrado mediante
pirotecnia china. Y así, mediante el humor, Cobos “ridiculiza la iconofilia”, p.99;
y se puede llegar a la diáfana conclusión de que “La Historia es una
disciplina de la cultura; la
Contrahistoria es
un asunto de conciencia”, p.101) y La vida perdularia (novela cuyo protagonista,
en opinión de Santiago Delgado, es “el pueblo perdedor de la Historia” (p.112). E
incluso va más lejos, afirmando con rotundidad que la obra trata de “cumplir el
objetivo aparente: hacer la
Contrahistoria de
toda la Región
de Murcia” (p.113); y añade a continuación: “Decimos aparente, porque el
verdadero objetivo es […] determinar quiénes han sido verdugos, en la Historia, y quiénes
perdedores, víctimas” (p.113). Es exacta la apreciación del crítico. De ahí que
pueda afirmar a renglón seguido, sin vacilaciones, que “no es el de La vida perdularia un didactismo chusco
histórico-geográfico con fines humorísticos o cómicos, no. Es un didactismo
histórico-social, religioso y sobre todo humano, muy humano” (p.113). Y de ahí
se deduce que la tesis central de este libro (al que Santiago señala como el
“testamento ideológico” del autor en las páginas 126 y 141) es “la denuncia de
la crueldad histórica que la intransigencia causada por el error teológico de
partida ha originado en las capas menos poderosas de la sociedad”, p.123).
Como
cierre del análisis, Santiago Delgado analiza poemas, canciones y otras
producciones menores del jumillano, y menciona “una novela inédita, terminada
aunque rehecha en su primer capítulo, titulada ¡Cieza libre!, ambientada en pleno triunfo del franquismo, donde se
combinan el humor, la reivindicación política y, como siempre, la presencia de
ese personaje colectivo llamado pueblo español” (pp.154-155). Años más tarde,
vería la publicación, con prólogo y anotaciones valiosísimas del propio
Santiago.