jueves, 11 de noviembre de 2021

Mamá duerme la siesta

 


Joaquín Solís trabaja como vendedor telefónico en la empresa Telemarketing. Anteriormente, estaba empleado en un centro de enseñanza, del que fue despedido por su excesiva afición a los niños. Muy cerca de él se encuentra la única compañera con la que mantiene un tímido conato de amistad: la boliviana Gabriela Bernal, que dejó en Cochabamba a su madre y su hijo, a quienes envía mensualmente dinero. Un día, Joaquín escucha cómo el teléfono al que llama es descolgado por un niño, quien se disculpa por no poder pasarle el auricular a su madre, pues está durmiendo la siesta. A partir de ese momento, encandilado por el tono dulce y angelical de la criatura, Joaquín comenzará a insistir en sus llamadas, recibiendo siempre la misma excusa: la madre no se puede poner al aparato porque se encuentra dormida. Y él, después de pensarlo con intensidad y de sopesar los pros y los contras, decide pedirle al niño la dirección de la casa y acercarse hasta allí, para entregarle personalmente a su madre (es la excusa que esgrime) los folletos informativos que no puede glosarle por teléfono. Desde ese instante, nadie vuelve a ver en el trabajo al solitario y atormentado Joaquín.

Con ese planteamiento, en el que la perturbación mental, el misterio y la pedofilia se aúnan de forma inquietante, Beatriz Olivenza esculpe ante nuestros ojos la narración Mamá duerme la siesta, que obtuvo el XXXII premio Felipe Trigo y que publicó el sello Algaida. La historia, magistralmente contada y con una dosis creciente de tensión, nos lleva hasta un final donde la piel del lector se estremece y donde la saliva desciende por la garganta a borbotones, porque descubrimos cuánto de enigma, ciénaga y oscuridad se puede esconder en el corazón de quienes nos rodean. Y en sus casas. Memorable.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Madre mía, irresistible, totalmente irresistible,me has creado una necesidad.

Besos 💋💋💋