Lo
escribió el brasileño Carlos Drummond de Andrade y lo recuerda la argentina
Gabriela Luzzi al comienzo de su libro Warnes, editado por el sello
Liliputienses: “Estoy atado a la vida y miro a mis compañeros”. Es decir, que
quienes nos rodean constituyen, orteguianamente, nuestra circunstancia, y se
convierten si uno sabe mirarlos con la debida intensidad en el pericardio de
nuestro corazón lírico y vital.
En las
breves páginas que conforman este delicado opúsculo, la escritora de Rawson nos
muestra dos focos anímicos complementarios: el primero nos sitúa en su colegio
y nos habla de David (cuyo padre había matado al perro porque no le dejaba
dormir la siesta), de Sabelli (que era evangelista y no deseaba izar la bandera
cuando se lo pedían), de Gómez (atenazado por una timidez que lo arrojaba por
el talud del rubor con facilidad), de Mónica (que se peleaba con otras chicas y
les mordía los pezones), de Alelí (al que apodaban Tomate y que tenía el dedo
gordo deforme) o de Dagoberto Merino (que descubrió muy pronto su amor por el
teatro). El segundo foco nos ilumina a sus compañeros de trabajo en la edad
adulta: Noelia (aficionada a la música de bachata), Ariel (enamorado compulsivo
y aficionado a llevar pulseritas) y Cristina (que fue amable con la autora
desde que comenzaron a trabajar juntas).
Estas figuras danzan en el corazón y en la memoria de quien, años después, les dedica versos llenos de ternura, melancolía, languidez o añoranza. Quizá porque la poesía intenta ser, en ocasiones, un álbum de firmas y retratos que deseamos salvaguardar, para que el tiempo no nos mordisquee u horade.
1 comentario:
La portada me recuerda muchísimo a una novela de Mitch Albom... No pensé que diría esto pero últimamente la poesía no me llena, no me atrevo ni a releer a mí poetas favoritas por miedo que ya no me gusten.
Supongo que pasará. Lo anoto para cuando eso suceda.
Besos.
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