jueves, 25 de noviembre de 2021

El rey Lear, impresor

 


Cuando Martín Cortés salió de España lo hizo con una mano delante y otra detrás. De hecho, gastó en el viaje hacia La Argentina el poco caudal que había logrado reunir con su trabajo. Pero al otro lado del Atlántico, a fuerza de empeño y coraje, consiguió mejorar: trabajó como impresor, fue creciendo su fama y, con el paso de los años, se convirtió en hombre rico. Ahora, ese esplendor se traduce en que tiene un hijo zangolotino viviendo en Europa a costa del padre (Gonzalo) y que sus cuatro hijas no le dan más que disgustos: las tres mayores, porque se hallan dominadas por la ambición y no dejan de dar pasos para, con el auxilio de sus maridos, desalojar a su padre de sus vidas y controlar las finanzas familiares; y la pequeña porque es una izquierdista utópica, cuyo sueño es que su progenitor les entregue su empresa a los obreros. Sus refugios son Pepe Terneiro (un antiguo empleado que ahora disfruta de la jubilación) y Gertrudis (la vieja sirvienta que lo acompaña desde hace años). En ellos ha de buscar el consuelo a la amargura de una ancianidad triste.

El valenciano Vicente Blasco Ibáñez no oculta en ningún momento la conexión shakespeareana de esta novelita corta, que queda declarada desde el título mismo: la decepción que el viejo rey experimentaba con sus hijas se agría aquí hasta el punto de que ni siquiera su “Cordelia” lo acompaña hasta el final, porque don Martín no comparte su visión utópica del dinero. De tal modo que la decisión que toma en las páginas finales, cuando uno de sus yernos está celebrando su éxito político y la familia se vuelca en la fiesta conmemorativa, resulte casi natural (o al menos esperada). Desposeído de su futuro (lo han arrinconado por viejo), de su presente (nadie toma en consideración sus opiniones) y de su pasado (las hijas reniegan del origen paupérrimo familiar, que a él le parece meritorio), don Martín opta por convertir el drama en tragedia.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Me traes hoy uno de mis niños bonitos, Blasco Ibáñez, al que no me puedo resistir ni quiero, al que releo siempre que tengo ocasión. Tenemos la misma edición de este libro, lo que da demasiadas pistas de nuestra edad 😂😂😂