domingo, 14 de noviembre de 2021

El reposo del fuego


Me acerco hasta las páginas ígneas de El reposo del fuego, del gran José Emilio Pacheco, donde está todo el espíritu de México contenido y donde está el dolor de la vida y de la memoria. Por estas hojas que crepitan y vuelan como pavesas se expanden las lágrimas de un ayer amargo; y se mezclan con las lágrimas de un hoy no menos acibarado, donde la esperanza apenas se atreve a alzar el vuelo.

“Nada altera el desastre: llena el mundo / la caudal pesadumbre de la sangre”. Con esos dos contundentes endecasílabos se inicia un poemario en el que la lluvia “encarniza / su plural mordedura contra el aire”; en el que los gusanos urden la seda con la que configurar “la voraz certidumbre del sudario”; en el que duele advertir “la secreta eficacia con que el polvo / devora el interior de los objetos”; y en el que nos asaltan con su filo de acero las grandes preguntas sobre la vida (“¿Para qué estoy aquí, cuál culpa expío, / es un crimen vivir, el mundo es solo / calabozo, hospital y matadero, / ciega irrisión y afrenta al paraíso?”) y también sobre la muerte (“¿Qué ojos verán el mundo si la órbita / donde la luz brilló sólo es la casa / de las hormigas, su castillo impune? / Nada regresará cuando la tierra / se aposente en la boca y enmudezca / con su eco atroz la oscura letanía”). En ese ámbito de tinieblas y desazón, quizá el poeta podría asumir una labor de esperanza, de iluminación, de evangelio. Pero la realidad es que el desaliento araña su interior y no le permite esa actitud quebradizamente optimista (“Se han extraviado ya todas las claves / para salvar el mundo. Ya no puedo / consolar, consolarte, consolarme”).

Poeta de gran poderío imaginativo y sonoro (sus endecasílabos son música), el mexicano José Emilio Pacheco pertenece al reducido grupo de autores que, cada vez que son revisitados, nos sugieren lecciones nuevas y nos deparan gozos renovados. Es un privilegio poder disfrutar de sus versos infinitas veces.

No hay comentarios: