Hay
libros visibles y libros invisibles. Libros que un autor decide escribir, y
libros que se van construyendo en silencio a sus espaldas. Materiales
esculpidos y materiales sobrevenidos. Julio Cortázar afirmó, en una página
memorable de su novela más conocida, que “vos no elegís la lluvia que te va a
calar hasta los huesos cuando salís de un concierto”; y es verdad. Nadie elige
la textura del sol que habrá de calentar su piel. Y los escritores, aunque pueda
parecer paradójico, tampoco son capaces de determinar qué libros se están
dibujando en la sombra de sus carpetas. Durante casi tres décadas, Santiago fue
escribiendo docenas de poemas, de apuntes de viaje, de elogios de escritores,
de cuentecillos, de reflexiones intelectuales, de estampas. Algunos de esos
folios los publicó en periódicos y revistas (La verdad, Campus, Cangilón, etc); y otros permanecieron
inéditos. Pero sólo en el año 2001 todo ese maremágnum de ideas y emociones, de
paisajes y personas, de luces y libros, cristalizó en un volumen.
Y se
equivocará gravemente quien entienda que se trata de un tomo menor o
prescindible. Tal vez de otros autores sí pueda pregonarse algo así, y sea
legítimo ver en estas misceláneas un modo espurio de publicar materiales que no
se podrían “vender” de otra manera. Pero no es el caso de Santiago Delgado.
Para él, escribir es una necesidad casi biológica, y cada conversación, cada
monumento que tiene la oportunidad de ver, cada ciudad a la que se aproxima,
generan un texto inmediato: un poema, una semblanza, unas líneas, un apunte. En
él, estos racimos de palabras son literatura instantánea, sincera, pura. Son
los brotes frescos, luminosos, de una planta en constante floración. Y
reunirlos en un volumen es enormemente valioso para los lectores, porque nos
damos cuenta en seguida de que estamos ante una crestomatía. Santiago tiene la
generosidad de regalarnos todo cuanto su ánimo le ha pedido escribir durante
años, y nos lo pone encima de la mesa, como quien se tumba en un quirófano para
que el cirujano lo explore. Antonio Gala dijo una vez que escribir es pasarse
los folios por el corazón y mostrarlos a los lectores, como si fuera un paño de
la Verónica.
Encontramos
en este libro unos hermosos homenajes literarios a Vicente Medina (al que
imagina paseando sus últimas horas por Rosario de Santa Fe), Garcilaso de la
Vega (un texto escrito en Le Muy, donde al toledano lo buscó la muerte), Jorge
Luis Borges (al que tributa un espléndido soneto) o Ibn Arabí (que es cantado
en versos cristalinos y musicales). Encontramos también unos bellos poemas
paisajísticos, como el que le dedica a la sierra de Columbares (pp.26-27); o
ese emotivo poema compuesto en heptasílabos y pentasílabos, con rima
delicadísima, en que lamenta la decadencia y extinción de unos molinos del
Campo de Cartagena (pp.62-63); o aquel otro, lírico, juguetón y de amoroso
final, que se titula “Vista de invierno en el Mar Menor” (pp.69-70) y que
dedica a su mujer, Aurora.
No menor
belleza atesoran las composiciones que dedica a la Encarnación del Ángel, de Francisco
Salzillo (p.55); a unas ruinas de la ciudad de Sicilia; o al más que tierno
paseo del autor por la ciudad de Venecia, con su hijo dormido en los brazos.
Mas no
sólo hay poemas en este libro. También hay, por ejemplo, viajes; una auténtica
espiral de viajes, que lanzan a Santiago y a su mujer por infinitos lugares de
dentro y fuera de España: las “Murcias” de
Y un
detalle último (invitándoles a acercarse hasta el libro, donde encontrarán
muchas más cosas de las anotadas en esta breve reseña), que dejo en las
palabras certeras de Santiago Delgado: “¿Conocen a alguna murciana que lleve el
nombre de Arrixaca? ¿A que no? Pues ocurre que está muy mal que sea así.
Tenemos a Vanessas, Davinias, Ainoas, Aranchas…; y en cambio, Arrixacas, que es
—junto con Fuensantas— lo más murciano que existe, no. A ver si con estas
letras alguna futura mamá se anima” (p.75).
Lanzado queda el reto.
1 comentario:
Habrá que responder al reto. Seguro que resulta ameno e interesante. Santiago es proteíco e inabarcable.
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