Imaginemos
a una mujer que, llena de inquietudes sociales y de compromisos éticos
(feminismo, ecologismo), ve cómo la maternidad se incorpora y adhiere a su
catálogo de preocupaciones. La tentación de considerarla una superheroína se
tambaleará, no obstante, cuando advirtamos que también es –y ante todo– una
persona, con sus flaquezas, sus debilidades, sus vacilaciones y sus momentos de
zozobra. Un ser humano que necesita la escritura para apuntalar siquiera
provisionalmente su entorno (“Soy un pequeño país tropical / a la espera del
gran tornado. / Quiero narrar adentro / mientras todo se derrumba”); que
establece con su hija unos lazos de ternura y apoyo (“Cuando digo que nos
entretenemos, / me refiero exactamente a eso: / Nos tenemos entre nosotras”);
que evalúa las tareas domésticas desde un punto de vista que bordea los
terrenos de la metafísica y que puede conducir a pensamientos abatidos
(“Limpiar es ensuciar otro lugar. / Algún día, alguien dirá / que hice todo
mal”); que desea avanzar hacia el futuro amparándose en costumbres que se
nutren del pasado (“Completar cuadernos era mi juego / cuando era chica. /
Ahora insisto”); que no convierte su nueva vida como madre en una excusa para
abandonar sus vigorosos impulsos de justicia y cambio social (el poema
“Articular el pensamiento” es ejemplar en ese sentido); que tiene claro cuál es
siempre el punto de partida (“Hago lo más urgente: un paso”); y que, en fin, no
se conforma con verdades mezquinas, ni con fórmulas de conformidad blanda, ni
con subterfugios-placebo (“Quien nace para la tormenta / no soporta la
llovizna”).
Hablo
de la aguerrida poeta argentina Jimena Arnolfi Villarraza y hablo también del
sello Liliputienses, no menos aguerrido, que ha convertido sus versos en un manual
de luces, en un dietario de corajes, del que podemos disfrutar y, sobre todo,
con el que podemos aprender.
No se lo pierdan.
1 comentario:
Tus reseñas, Rubén son dignas y verdaderas clases de Literatura. Enhorabuena.
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