Reconoceré, antes de mencionar cualquier otro detalle, que me
ha costado un gran trabajo entrar en
esta historia de Miguel Delibes. Y la causa de esa dificultad la tengo
clarísima: el lenguaje empleado por Lorenzo, el personaje que actúa como protagonista
y narrador en primera persona. Su utilización de giros coloquiales (a veces,
directamente vulgares) y de palabras cuyo significado me resultaba desconocido
me impedían disfrutar de la narración. Se me argüirá que se trata de una prueba
de la inmensa capacidad del escritor vallisoletano para meterse en la piel y el
alma de personajes humildes; y no seré yo quien se oponga a tal reconocimiento.
Pero, a la vez, insisto: no me dejaba instalarme
en la obra.
Después, cuando se fueron desarrollando los hechos (Lorenzo
decidiendo irse a Chile para hacer las Américas; el embarazo de su esposa; el
viaje en barco; las primeras decepciones al llegar; los trabajos menores que el
antiguo conserje debe asumir para conseguir un pequeño sueldecito estable), ya
comencé a notar que a Miguel Delibes hay que concederle en cada libro el
beneficio de la duda, porque es autor majestuoso y convincente, que termina
enamorando. También aquí lo hace, sobre todo por el retrato anímico que nos
ofrece de Lorenzo, un hombre de temperamento irritable, más amante del vino o
la caza que del trabajo duro (nos repite de manera obsesiva que quiere labrarse
una fortunita, pero cada vez que el trabajo se pone ante sus ojos encuentra
razones para no concentrarse en él: que él no ha venido a América para ser
recadero, ni tampoco ascensorista, ni lustrar zapatos, ni… Todo se le antoja
impropio, pese a su nula preparación para aspirar a otros oficios) y que
muestra ante su mujer una postura que no cabe tildar sino de machista (se
enfada cuando ella pretende que no se gaste el dinero en la caza, se enfada
cuando ella le recrimina que beba tanto, se enfada cuando ella gana dinero como
peluquera… Y todo porque él “se viste por los pies” y es quien tiene que mandar
en la casa. Incluso habla de darle “una mano de guantadas” (sic) cuando ella,
que obtiene más dinero con su trabajo que él con el suyo, se atreve a
indicárselo).
Lorenzo, el iluso que creyó que en América se ataba a los
perros con longaniza, va a experimentar de inmediato sus primeras dudas (“A veces
la cabeza falla, porque la avaricia la ciega y la pone como tolondra. Porque,
vamos a ver, ¿qué me faltaba a mí allá? Nada, a decir verdad; mal que bien
tenía un cacho pan que echarme al cinto, una casa curiosa, media docena de
amiguetes de los fetén y una escopeta y unas perdices para distraerme. ¿Qué hay
otros sitios donde dan más? De acuerdo, pero tampoco faltan donde den menos. Lo
malo es que uno ya se ha determinado y, de grado o por fuerza, no queda otro
remedio que achantar la mui y apencar con lo que haya”); y el paso de los meses
lo va convenciendo de que volver es quizá la mejor solución. Si en un año no se
ha hecho rico (ése era su estúpido objetivo), para qué seguir allí. De la mano
de su paciente esposa y de “un chilenito y medio” (han tenido un hijo y Anita
cree que está de nuevo embarazada), emprenden el regreso con el rabo entre las
piernas.
Una novela sobre ambiciones ingenuas, sueños impetuosos y frustraciones que las mujeres (el personaje de Ana es admirable) restañan con inhumana entereza.
2 comentarios:
Efectivamente, Ruben, la dificultad pero también uno de los méritos de la literatura de Delibes es su dominio del vocabulario y su deseo de que esa riqueza invisible no se pierda; y para que no se pierda no hay otra que hacer que usarlo, utilizarlo. La pena es que el cambio de rural a urbana experimentado por nuestro país ha dejado en esos pueblos abandonados no sólo tierras desérticas sino también el lenguaje que envolvía las tareas y relaciones interpersonales que en ellas se producían. Y eso Delibes siempre lo lamentó e intentó denunciarlo en sus novelas.
Y luego en cuanto al asunto, el autor viene a decirnos algo tan antiguo y tan olvidado al mismo tiempo de que 'no mejora de condición quien cambia sólo de lugar y no de costumbres' y eso de que 'más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer' y como tú bien dices que en América no 'se ata a los perros con longaniza'.
Delibes siemore dando en el clavo. Me encanta.
Un fuerte abrazo
Pues, soy guirí Belga, y he aprendido lo que entiendo de la lengua Castellana por dos estancias de cada una dos semanas en Cursos Internacionales de la Universidad de Salamanca (y en los bares, ademas de un recorrido -pedestre- de Salamanca a Santiago de Compostela).
Y por haber leído una docena de novelas de Miguel Delibes, El Camino, La Hoja Roja, Las Ratas, El Hereje, y otos, pa mí mucho mas difíciles, por ser monologos, por ejemplo nunca leí Cinco Horas con Mario... Diario del Imigrante me queda opaco: dificuldad es que los diccionarios no sobran y, muy a menudo, ni se encuentran repuestas, aunque tengo el María Moliner gordo y unos diccionarios especializados en la parla de Castilla.
¡Es eso, ser guirí! Falta de país chico, del conocimiento del alma de Castilla, aunque lo se entra por la piel.
¿Mi favorita? Viejas Historias de Castilla la Vieja.
Yo, desde chabal, hé mudado 23 veces, he vivido en cuatro países y hablo conco idiomas: sé lo que es, ser inmigrante.
Publicar un comentario