No fue el
segundo libro publicado por Pablo Neruda, pero sí el segundo que redactó, tras
haber concluido Crepusculario. Y
aunque las influencias de otros autores (sobre todo, Carlos Sabat Ercasty) eran
notorias, la voz del joven chileno se iba afianzando.
Si nos
fijamos ya en el poema que abre el tomo (“Hago girar mis brazos”) veremos que
es ciertamente notable, porque constituye una densa cartografía cordial del
poeta. Son 85 ilustradores versos guiados por las luces del paralelismo, la
anáfora y la repetición léxica de hondos matices negativos (sufro, dolor,
noche, sed, viento), que sorprenden además por las durísimas adjetivaciones,
marcadamente siniestras, que jalonan el texto (fuegos oscuros, largo sollozo,
espanto erguido, país negro, llanto helado, noche enemiga, resaca invencible,
esfuerzos baldíos). No hay duda posible: nos hallamos ante la marmórea
radiografía espiritual de alguien que sufre y que vuelve tinta sus dolores como
exorcismo.
Y si nos
desplazamos hasta el colofón del poemario comprobaremos cómo dibuja
premeditadamente un guiño para sus lectores con el poema titulado “Es cierto,
amada mía” donde, entre efusiones impetuosas, manifiesta su deseo de acercarse
a la mujer con voluntad genésica (“Y tú, en tu carne, encierras / las pupilas
sedientas con que miraré cuando / estos ojos que tengo se me llenen de tierra”.
De ahí al labriego salvaje que socava a su amada y “hace saltar al hijo del
fondo de la tierra” (imagen con la que abriría su siguiente libro) hay un paso
muy corto.
Todo el
volumen es, salvados los escollos juveniles de rigor, la angustiosa búsqueda
del adolescente que suplica el vislumbre de una luz o la atenuación de una
condena en la que, paradójicamente, cumple funciones de reo y de carcelero
(“Libértame de mí. Quiero salir de mi alma”). Tal vez así se explique mejor que
Neruda se dirija a la mujer con desgarrados imperativos agónicos (no menos de
sesenta se llegan a contar en el breve tomo: ansíame, agótame, dímelo, bésame,
muérdeme, incéndiame…). El corazón de Neruda era un volcán que hervía ante la
urgencia de la erupción, pero que aún se dispersaba en fumarolas y cráteres
adventicios, que quedarían concentrados y resueltos en Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
1 comentario:
Recuerdo poco de este poemario, le preguntaba a mí hermana si lo había visto por casa de mi padre, y le pasa lo mismo que a mí: recuerda verlo pero no leerlo 🤔
Besitos.
Publicar un comentario