Vicente
Blasco Ibáñez fue un escritor que ganó millones con sus obras, tanto por las
ventas en forma de libro como por las adaptaciones cinematográficas, en Estados
Unidos fundamentalmente. Esto le permitió, entre otras cosas, vivir en entornos
sociales donde pudo conocer de cerca a personajes como los que aparecen en esta
novela, que tituló La devoradora.
Allí nos encontramos con Olga Balabanova, exbailarina del Teatro Imperial de
San Petersburgo que se ha ido convirtiendo desde su salida de Rusia en una
asidua del Casino de Montecarlo. Allí ha vivido durante mucho tiempo junto al
gran duque Cirilo Nicolás, en un exilio dorado. Ahora, fallecido el noble,
sigue sobreviviendo con la venta de sus joyas; y sin abandonar nunca los
ambientes lujosos ni las salas de juego.
La
narración podría haberse convertido, siguiendo esa línea, en la mera crónica de
una decadencia. Pero Blasco Ibáñez introduce en escena a un austero joven
bolchevique, Boris Satanow, que es enviado por las autoridades soviéticas hacia
la viciosa Costa Azul, para que propague la revolución entre los proletarios
galos. Para camuflar mejor su identidad, le entregan una fabulosa cantidad de
dinero en joyas, que le haga parecer un multimillonario ocioso y le facilite la
infiltración en los ambientes más adecuados. Será inevitable entonces que el
ingenuo muchacho (que admiraba en su adolescencia a la bailarina) se encuentre
con la Balabanova y que surja algo entre ellos.
Interesante
reflexión sobre el lujo, sobre la candidez y sobre la fatuidad hueca de ciertos
ambientes, esta novela corta de Vicente Blasco nos muestra de qué forma tan
sencilla (y tan rápida) consigue el dinero corromper a las personas, hasta el
punto de envilecerlas y lograr su degradación moral.
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