La
infancia es un territorio que se encuentra muy alejado cronológicamente de
nosotros, pero convendremos en que resulta extraño el día en que no pensamos en
ella, en que no la sentimos adherida a la piel o burbujeando en la memoria.
Somos, sin proponérnoslo, la cristalización de ese tiempo, el germinar de
aquella semilla que se conserva formolizada en fotografías y en el atrabiliario
cajón de los recuerdos.
La
uruguaya Claudia Campos (Montevideo, 1971) acaba de publicar en el sello
Liliputienses su poemario Jardín interior,
donde aglutina una serie de textos en prosa lírica, iniciados todos por la
misma palabra: “Infancia”. Y constituyen, al ser leídos, una cartografía
emocional y emocionante, en la que sentimos latir los dolores, las alegrías, los
sabores y los sinsabores, las personas que ya son ceniza, los amaneceres que se
repiten sin ser iguales. Un universo donde se encuentra con Daniela (“No puedo
decir en qué momento dejábamos de ser amigas para agarrarnos por la espalda y
besarnos. La falsa sorpresa. Empezar a ver las bicicletas borrosas. Trancar con
llave. Perder de vista la ventana. Excitarse”); donde visita el consultorio del
doctor Artagaveytia por una dolencia incómoda de explicar; donde se alude a la
amante de su padre y a la conjura familiar para que la poeta centre en él su
furia (“Quieren que lo odie y no me pasa”); donde expone algunos traumas no
limados por el transcurso del tiempo (“Odiando el club Juventus. Era gordita, y
me mandaban dos veces por semana a hacer gimnasia y natación”); y donde incluso
asume silencios necesarios (“Hay cosas que no deben ser contadas”).
Los hilos
de este libro-telar forman un panóptico que ni explica ni muestra el total de
la infancia, pero que quizá (desde el otro lado del espejo) consiga ambas cosas.
Porque no elegimos qué recordar. Ni tampoco elegimos cuándo recordar. Pero
somos el precipitado químico y alquímico de esa operación en la cual la
melancolía, la tristeza, la conformidad y el engaño se unen para sostenernos.
Por eso, Claudia Campos se enfrenta con valentía a su ayer y extrae para
nosotros los fotogramas que componen este libro lánguido, lleno de laberintos y
luces indirectas, en el que una niña vive para luego escribirse.
1 comentario:
Todos tarde o temprano terminamos recurriendo a esos recuerdos magnificados que tenemos de la infancia y juventud; hace poco comentaba lo bien que lo pasamos en una excursión en bicicleta al monte y mi hermana me recordaba que me caí zopetero abajo, me abrí la cabeza y me desollé las rodillas 🥴😣 y sin embargo yo recuerdo todo lo demás: las risas, las canciones, el cigarrillo Rex que me hizo vomitar...tomo buena Nota de estos fotogramas.
Besitos 💋💋💋
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