viernes, 21 de febrero de 2020

Jardín interior




La infancia es un territorio que se encuentra muy alejado cronológicamente de nosotros, pero convendremos en que resulta extraño el día en que no pensamos en ella, en que no la sentimos adherida a la piel o burbujeando en la memoria. Somos, sin proponérnoslo, la cristalización de ese tiempo, el germinar de aquella semilla que se conserva formolizada en fotografías y en el atrabiliario cajón de los recuerdos.
La uruguaya Claudia Campos (Montevideo, 1971) acaba de publicar en el sello Liliputienses su poemario Jardín interior, donde aglutina una serie de textos en prosa lírica, iniciados todos por la misma palabra: “Infancia”. Y constituyen, al ser leídos, una cartografía emocional y emocionante, en la que sentimos latir los dolores, las alegrías, los sabores y los sinsabores, las personas que ya son ceniza, los amaneceres que se repiten sin ser iguales. Un universo donde se encuentra con Daniela (“No puedo decir en qué momento dejábamos de ser amigas para agarrarnos por la espalda y besarnos. La falsa sorpresa. Empezar a ver las bicicletas borrosas. Trancar con llave. Perder de vista la ventana. Excitarse”); donde visita el consultorio del doctor Artagaveytia por una dolencia incómoda de explicar; donde se alude a la amante de su padre y a la conjura familiar para que la poeta centre en él su furia (“Quieren que lo odie y no me pasa”); donde expone algunos traumas no limados por el transcurso del tiempo (“Odiando el club Juventus. Era gordita, y me mandaban dos veces por semana a hacer gimnasia y natación”); y donde incluso asume silencios necesarios (“Hay cosas que no deben ser contadas”).
Los hilos de este libro-telar forman un panóptico que ni explica ni muestra el total de la infancia, pero que quizá (desde el otro lado del espejo) consiga ambas cosas. Porque no elegimos qué recordar. Ni tampoco elegimos cuándo recordar. Pero somos el precipitado químico y alquímico de esa operación en la cual la melancolía, la tristeza, la conformidad y el engaño se unen para sostenernos. Por eso, Claudia Campos se enfrenta con valentía a su ayer y extrae para nosotros los fotogramas que componen este libro lánguido, lleno de laberintos y luces indirectas, en el que una niña vive para luego escribirse.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Todos tarde o temprano terminamos recurriendo a esos recuerdos magnificados que tenemos de la infancia y juventud; hace poco comentaba lo bien que lo pasamos en una excursión en bicicleta al monte y mi hermana me recordaba que me caí zopetero abajo, me abrí la cabeza y me desollé las rodillas 🥴😣 y sin embargo yo recuerdo todo lo demás: las risas, las canciones, el cigarrillo Rex que me hizo vomitar...tomo buena Nota de estos fotogramas.

Besitos 💋💋💋