sábado, 1 de febrero de 2020

La voz en los espejos




Con este poemario delicado, firme y maduro, el poeta Miguel Sánchez Robles (Caravaca de la Cruz, 1957) obtuvo el premio Bahía. En él nos habla de la urgente necesidad que todos tenemos de enfrentarnos cada día con la imagen que el espejo nos devuelve y comprender, sin aspavientos, que “vivimos atrapados en íntimas derrotas” (p.11). El poeta, aferrado a una lucidez que desarma y asombra por su contundencia, está convencido de que no debemos ilusionarnos con nada de cuanto nos rodea (“La esperanza era ayer”, escribe en la página 26) y que lo más inteligente y sensato que se puede hacer es beber “los vinagres de las brújulas” (p.40).
El horizonte que nos dibuja Miguel es terrible, angustioso, desolador (aunque lo percibamos también como indiscutible); el futuro está tintado de acíbar; todos los senderos están camuflados o malheridos por la niebla; las manos amigas son “de pronto invisibles” (p.29); y, con ese marco de referencia, “francamente te olvidas de vivir; y a menudo hace frío” (p.48).
Inútil será también que intentes ponerte a salvo utilizando alguna estratagema, porque no hay camino que lleve indemne a la meta y porque continuamente “las rodillas tropiezan con el asco” (p.63). Perdida la ilusión y anulada la esperanza, queda el espejo, siempre el espejo, esa lámina inmisericorde y gélida en la que debes mirarte para descubrir con honestidad que todo es confuso, y que tus ojos sangran de impotencia (“La vida está en ti como una herida / que escasamente aciertas a poner en un verso”, p.18).
Es difícil que pueda encontrarse una presentación lírica más rotunda, más clara y más desencantada que ésta que Miguel Sánchez Robles nos ofreció, hace ya algunos años, desde Algeciras.

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