sábado, 30 de noviembre de 2019

Diario






Cuando cursaba bachillerato me enteré de que Zenobia Camprubí era la esposa de Juan Ramón Jiménez; pero eso no me sirvió para descubrirla. Cuando cursé los estudios universitarios me enteré de que Zenobia Camprubí había traducido junto a Juan Ramón los escritos de Rabindranath Tagore, que yo había empezado a leer y que me gustaban mucho; pero eso tampoco me sirvió para descubrirla. En ambas etapas la vi (o me la hicieron ver) como un apéndice vistoso, casi diría que exótico, adherido al premio Nobel de Moguer. Ahora, gracias a la lectura lenta y admirativa de los tres tomos de su Diario (edición de Graciela Palau de Nemes) he podido descubrir la grandeza, la densidad intelectual y humana de esta figura egregia, a la que quizá aún no se ha hecho la justicia que merece.
En el primero de los volúmenes nos explica algunas peculiaridades sensoriales y poéticas de su marido (“J.R. no soporta ningún ruido o movimiento cuando está trabajando”, p.10) y se lamenta de su actitud egoísta (“Nunca quiere hacer nada que otra persona sugiera y la única manera de hacer algo con él es haciendo lo que él sugiere”, p.25); pero también alude a su desprendimiento económico (“La idea de recibir dinero por su trabajo le hace sentirse mal hasta lo indecible y siempre se siente humillado cuando acepta dinero”, p.131) y a su vocación eterna de aislamiento (“Estoy segura de que deseaba ser un monje del siglo XVI absorto sólo en el misticismo y la contemplación y también estoy segura de que solamente una ocurrencia tardía le hizo atraerme a su compañía”, p.268)… Junto a esas reflexiones, también anota multitud de detalles relacionados consigo misma, como su intención de caminar para perder peso (p.35), sus problemas dentales, el dolor que siente en el oído derecho (p.59) o las molestias que se derivan del lipoma que tenía en el estómago y del que Juan Ramón prefería, absurdamente, que no se operase (p.135).
En el segundo tomo se intensifica la irritación contra su marido, el cual juzga que “se le debe rendir pleitesía en todo a cada minuto” (p.13) y que “se ha vuelto un completo misántropo” (p.94). Además, Zenobia considera que esta actitud no muestra señales de ser reversible, lo cual la entristece (“A medida que J. R. vaya envejeciendo, la situación empeorará, no mejorará”, p.223). Ese egoísmo terrible supone que la esposa se sienta ninguneada o preterida (“Dice que quiere trabajar, lo que de veras significa que yo renuncie a todo lo que quiero hacer y pase cada momento de mi vida resolviendo sus problemas”, p.121), hasta el punto de que escriba esta frase demoledora: “Debería estar acostumbrada a la desilusión” (p.180).
Y en el tercer volumen, que coincide con el camino ya descendente de la vida, la escritora comenta la diferente percepción que del amor se tiene con el transcurso del tiempo (“¡Cómo se da uno cuenta de que se quiere más y más a medida que pasan los años! Es porque se da uno cuenta al mismo tiempo de que le va ya quedando poco de estar juntos. Apenas puedo escribir esto. ¡Qué congoja!”, pp. 27-28) y la variación misma que han experimentado sus intereses vitales a intelectuales (“El objeto de lo que me resta de vida es solamente ayudar a J. R. a que se realice lo que se pueda de su obra”, p.176). A veces, cómo no, el creciente egoísmo de su esposo erosiona su ánimo (llega a decir, en la página 248, que la “deja hecha un estropajo”); pero lo que realmente actuará como un mazazo sobre Zenobia será su cada vez más debilitada salud. El dolor y las pruebas médicas la van destrozando, con siniestra eficacia. El cáncer la devora. Y aunque Juan Ramón llega a proponerle a diario el suicidio compartido (así lo confiesa en la página 279), ella se obstina en resistir: quiere pasar a limpio los manuscritos de su marido, ordenar su biblioteca, organizar su legado. Los análisis le dejan claro que tiene “pocas oportunidades de escapar esta vez” (p.337), pero nunca ha sido una persona fácil de derrotar. En una de sus últimas anotaciones escribe: “La Nena me mandó una mata de crisantemos amarillos, como la vez pasada, y enseguida decoré con ellos el retrato de J. R.” (p.366). Poco después, moría.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Pues yo sí la descubrí en la Uni, fue una recomendación que aproveché bien, por una vez 😅💋