Qué extraordinaria se me antoja en su relectura (en
cuanto a calidad literaria y en cuanto a interés humano) la novela La peste, de Albert Camus, que traduce
Rosa Chacel (Unidad Editorial, Madrid, 1999). Es magnífica. De qué modo tan
estupendo entra en los personajes, en su mente, en su piel; circula por sus venas;
gime con ellos; se convulsiona a su compás. Qué gran metáfora ésta de la ciudad
de Orán absolutamente sitiada por la peste, con sus habitantes rindiéndose a la
desesperación y al egoísmo, pero también redimiéndose en la heroicidad calmada
y en los gestos cordiales más inesperados. Y qué sorprendente mención en la
página 112, cuando explica que hubo una epidemia de peste en una ciudad de
Persia, y que todos murieron salvo la persona que lavaba a los muertos. Quizá
me podría entretener en confirmar o desmentir esa anécdota navegando por
páginas de Internet, pero lo cierto es que no me pienso molestar: es tan fastuosa
que no me resisto a aceptarla sin más como auténtica.
Qué gran libro, por Dios.
Anoto algunas de las frases que subrayé en el año
2000 (primera lectura) o ahora: “El hábito de la desesperación es peor que la
desesperación misma”. “Cada uno lleva en sí mismo la peste, porque nadie, nadie
en el mundo está libre de ella. Y sé que hay que vigilarse a sí mismo sin cesar
para no ser arrastrado en un minuto de distracción a respirar junto a la cara
de otro y pegarle la infección”. “Sé únicamente que hay en este mundo plagas y
víctimas y que hay que negarse tanto como le sea a uno posible a estar con las
plagas”.
1 comentario:
Cómo me ha gustado siempre este libro, lo tengo hasta en francés, fíjate si me gusta 😉😅😘
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