Un niño
es siempre una isla, un espacio virgen que se defiende del mundo rodeándose de
un agua especial, aislante. De ahí que los niños sean los grandes imaginativos,
los grandes constructores de mundos paralelos; y de ahí también que los autores
que se han ocupado de escribir para ese público (Tolkien, Lewis, Rowling) hayan
intentado convertir en protagonistas de sus historias a niños que, con la
fuerza de su mente, con el músculo de su fantasía, han edificado grandes
aventuras. Narnia o la escuela mágica de Harry Potter pueden ser dos ejemplos
bien conocidos.
En La isla de Nim, de Wendy Orr, que
publica Edelvives en la traducción de Herminia Bevia y con ilustraciones de
Kerry Millard, se repite el procedimiento. Su protagonista es una niña que vive
en una isla (no metafórica, sino real) con su padre, un investigador que, a
causa de una tormenta, acaba perdido en el mar. Entonces la muchacha, auxiliada
por tres amigos muy especiales (un león marino, una iguana y una tortuga),
decide que no va a rendirse, y que pondrá todo de su parte para rescatar a su
padre. ¿El modo de lograrlo? Pues su única idea pasa por el correo electrónico,
mediante el cual se comunica con Alex Rover, un intrépido protagonista de
novelas de aventuras… que en realidad es una escritora de éxito, huraña e
introvertida.
Cuando
Nim consigue que Alex Rover se interese por su situación y se implique en ella
comienzan a suceder las auténticas aventuras de este libro, que se puede
completar con la versión cinematográfica protagonizada por Jodie Foster.
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