Voy a
comenzar copiando unas líneas de la página 87 de este libro, que me parece que
encierran un magnífico resumen de su espíritu: “Disparates, personalidades
suplantadas, bandas secretas, vidas trastornadas, el mundo convertido en un
juego de mesa electrónico que es manipulado por seres desde la sombra,
seguramente enloquecidos, con aviesas intenciones. Seres que se creen dioses y
que han hecho de la realidad un lugar inhóspito. Un enorme teatro cuyas
fronteras entre público y actores han sido emborronadas hasta el delirio”. Así
es. En esa maraña de sueños dentro de sueños, de realidades bifurcadas o
neblinosas, de laberintos y trampantojos, tienen que moverse los personajes de
la novela Las suplantaciones, de
Pedro Pujante.
Al
principio, el nivel de anormalidad se tiñe con unos colores “tolerables”,
merced a la colaboración de Franz Kafka (el protagonista acude a Praga y se
encuentra con la sorpresa de que su primo se ha convertido en un gelatinoso
insecto). Pero muy pronto las cotas de trastorno alcanzan unas dimensiones
difíciles de asimilar (el protagonista descubre que los demás no son quienes
dicen ser, y que tampoco él resulta ser quien pensaba). A partir de ahí, el
nivel de confusión crece, los planos se mezclan, y nadie sabe muy bien si está
viviendo una pesadilla, si se ha vuelto loco o si tal vez la realidad ha
comenzado a involucionar o deformarse.
No quiero
decir más. Es tan anonadante el cúmulo de sorpresas que el autor les reserva a
los lectores que dar más pistas se me antoja una traición que no estoy
dispuesto a cometer. Sólo les anticipo que no hay ni un minuto de tregua
durante el viaje que Pedro Pujante ha construido con diabólica maña.
Las suplantaciones es una novela
tortuosa, para lectores que estén dispuestos a sumergirse en un pantano
desconcertante y que acepten renunciar a las verdades sólidas sobre la identidad,
sobre el mundo y sobre la vida. Hagan la prueba.
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