He vuelto
(sabía que era cuestión de tiempo) a los relatos de Hiromi Kawakami, de quien
ya leí y reseñé en este espacio su delicado volumen Abandonarse a la pasión, publicado por Acantilado. El mismo sello
se encarga, gracias a la labor traductora de Marina Bornas Montaña, se poner en
nuestras manos Amores imperfectos,
donde volvemos a encontrarnos con escenas cotidianas, líricas y dulces; con
eficaces segmentos que Kawakami recorta en las existencias de sus protagonistas
y que nos permiten aproximarnos a su interior.
Chicas
que coleccionan botones de los exnovios que las abandonan. Muchachas que se
muestran refractarias a confiar en las bondades de los hombres. Empleadas de
supermercado que se enamoran de una compañera y que, sin osar decírselo, se
despiden preparándole un sandwich de rodajas de melocotón. Seres que preparan
el té con lentitud y silencio. Ventanas que muestran paisajes tan serenos como
inalcanzables. Una cesta de la que emerge la voz de una anciana, que ayuda a
soportar mejor la soledad a su joven propietaria.
Todo es
tan aparentemente fácil que se experimenta durante la lectura la fluidez de los
hechos, la tibieza triste de las emociones, las amarguras irrestañables. Y se siente que uno mismo podría convertirse
en el redactor de esas líneas, porque la narradora tokiota (como muchas veces
Neruda, como muchas veces Benedetti) consigue un estilo tan aparentemente natural que nos impregna con su magia.
Puedo
afirmarlo ahora con rotundidad: volveré a Kawakami. Lo tengo clarísimo.
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