¿Qué
siente un padre cuando descubre que su hija está comenzando a tener relaciones
sexuales con un joven a escondidas y que, por tanto, se quiebra la condición
pura y virginal que él le atribuía confiadamente hasta entonces? El acaudalado
empresario Salomonsohn lo descubrirá cuando disfrute de unos días de descanso
en un hotel, con su esposa y su hija Erna, de 19 años. Y el maravilloso
narrador austríaco Stefan Zweig será el encargado de resumirnos los detalles de
esa historia.
En ella
descubriremos a un hombre que ha empleado buena parte de su vida (se encuentra
ahora en los 65 años) en ganar dinero para satisfacer todos los caprichos de
las dos mujeres que constituyen su universo. Y ahora, de una forma abrupta,
acaba de descubrir que ambas viven en un universo paralelo al suyo: su esposa,
pendiente de las fiestas, del lujo, del buen vestir, de las relaciones sociales
llenas de glamour; su hija, dejándose llevar por la pasión y entregándose de
noche a un muchacho cuya identidad Salomonsohn desconoce, pero al que odia de
un modo profundo. Su tristeza crece conforme reflexiona sobre el asunto (“Ahora
tendré que estar pensándolo siempre, en casa, en mi despacho, y a la noche en
la cama. ¿Dónde está ahora? ¿Dónde ha estado? ¿Qué ha hecho?... Jamás podré
volver a casa tranquilo, y hallarla sentada, y ver que salta a mi encuentro, y
sentir que mi corazón se ensancha viéndola joven y bella. Ahora, cuando me
bese, me preguntaré quién poseyó ayer aquellos labios… Tendré que vivir
atemorizado cuando esté lejos de mí, y avergonzarme cuando vea sus ojos. No,
así no se puede vivir”, páginas 168-169).
El
empresario se siente abrumado por estas revelaciones e inquietudes, que lo
abaten y que desmenuzan su sosiego: ni gusta de participar en la atrafagada
vida social de su mujer, ni (sobre todo) puede digerir sin acidez el despertar
sexual de su hija. El único recurso que contempla para aliviar sus dolores es
recluirse dentro de sí mismo, tornarse silencioso y huraño, refugiarse en los
cuarteles de invierno de la soledad.
Ocaso de un corazón es otra
pieza magistral de Stefan Zweig, que ni siquiera los brutales errores
ortográficos de la edición (“despaviló”, en la p.178; “absorver”, en la p.198;
etc) pueden mancillar.
2 comentarios:
Solo a Zweig y unos cuantos privilegiados más se les puede admirar incluso rodeados de errores ortográficos, pero bien pocos...
Besos.
De Zweig, todo. Un final lamentablemente coherente. Lo recuerdo con frecuencia. Gracias una vez más por tus noticias literarias, equilibran mucho en estos medios.
Publicar un comentario