Me
recorro las páginas de Cal y canto,
de Rafael Alberti, que me sorprenden con sus juegos, experimentos y audacias.
Cada vez más consciente de sus poderes líricos, el poeta gaditano fantasea en
este volumen con versos cortos y largos, con asonancias y consonancias, con
rimas infrecuentes (chaqueta-motocicleta), con imágenes de notable vigor
(designa las espadas de los toreros con la fórmula “rayos rectos en curva”),
con temas modernos (Platko, la aviación, los inodoros) y con todo tipo de
malabarismos verbales y numéricos. Se le nota suelto, seguro, convencido de su
ruta. A los ritmos sencillos de sus primeras publicaciones le une sin
estridencias un buen carrusel de novedades; y el resultado es poderoso.
Un paso
firme hacia territorios que luego circularían hacia el surrealismo (nos
olvidaremos del poema que escribió a sueldo de la casa Domecq, por ser tan sólo
una cuestión crematística) y que produciría Sobre
los ángeles.
Sí,
definitivamente tengo que seguir leyendo y releyendo las producciones de Rafael
Alberti: es mi 27 menos frecuentado.
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