Hay poetas que han ensayado la contabilidad
minuciosa de un amor desde su antes
hasta su ya no (será suficiente con
aducir el ejemplo prodigioso de Pedro Salinas y su excelso La voz a ti debida), así que los lectores nos hemos acostumbrado a
no observar con extrañeza estas filigranas diacrónicas. En este dulce Aire de familia que La isla de Siltolá
acaba de publicarle al extremeño Juan Ramón Santos (Plasencia, 1975) se
construye una propuesta lírica de idéntica intención y no inferiores
resultados.
Concitados alrededor del “arcángel Predictor”, el
poeta y su pareja descubren con un asombro estremecido que en su ventanita de
cristal se perfila una línea rosa que les anuncia “que de una vez dejamos / de
estar solos”. Comienzan en ese punto los instantes gozosos, pero también las
zozobras de la incertidumbre (qué soberbio poema el que lleva por título “Los
miedos”). Embriagados por la dicha de los preparativos, los dos miembros de
esta pareja (que ya es un trío) se sienten “alegres como un cielo / o un sol o
una manzana” y comienzan la extenuante operación de abastecer su casa con todos
los adminículos que requerirá el futuro cachorro. Al cabo de varias semanas se
instala en sus vidas otro reto no menos dificultoso: el de buscar un nombre
adecuado para la niña. Y no se trata de una elección baladí, meramente eufónica
o familiar, sino que comporta reflexiones arduas, “pues no se trata de buscarte
un nombre / sino de averiguar cómo te llamas, / de encontrar la palabra que
defina / tu carácter incógnito y huidizo, / las letras que dibujen el emblema /
de tu futuro, indescifrable ser”. Paso a paso, la gestación va completándose
hasta que llega el momento final, con la incorporación de su hija a la luz del
mundo, que da paso a la secuencia de fotogramas desarrollados en forma de
sonetos y que se extienden hasta una jornada especial, que sirve como punto de
inflexión y de clausura para el poemario...
Tras mis experiencias con el Juan Ramón Santos
prosista (varias y siempre dignas de aplauso) descubro que sus versos me atraen
y me emocionan con la misma contundencia que sus relatos. Me siento muy
identificado humanamente con esta obra (he sido padre cuatro veces y he
transitado por estas mismas veredas que él convierte en versos) y, sobre todo,
me ha servido para corroborar que la admiración que siento por su obra no se
detiene en las fronteras de un solo formato.
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