domingo, 15 de mayo de 2016

Unos días en París



Explicaba el siempre exacto Jorge Luis Borges que utilizar la expresión “viaje espacial” resulta más bien absurdo porque todos los viajes, en realidad, son espaciales. Lo que Paco López Mengual descubre y nos explica en las páginas de Unos días en París es que también pueden constituir en el fondo un desplazamiento temporal. Así, cuando se dispone a viajar a la capital francesa con su mujer y su hija, recuerda el libro Las maravillas del mundo, que leía en su infancia, y anota en la página 9: “Estos días, y sólo en la ciudad de París, voy a tener la posibilidad de contemplar al natural cuatro de las prodigiosas edificaciones que aparecían reseñas en el interior: la torre Eiffel, Notre-Dame, el palacio de Versalles y el Arco del Triunfo. Sin duda, este viaje lo es también a las meriendas de mi infancia”. Y cuando el volumen está tocando a su fin advertimos el segundo gran viaje de vuelta, en esta ocasión a la juventud, cuando el narrador y su esposa se toman un café en Les deux magots pensando en Jean-Paul Sartre y se sorprenden con el Ferrari Testarrosa que hay aparcado en la puerta y el elevadísimo precio de la consumición, que “no ha sido nada proletario” (p.61). Viaje, pues, con un doble objetivo: el descubrimiento y el redescubrimiento. La conversión de imágenes en formas y colores (por un lado) y la constatación de que algunas personas han olvidado ciertas luchas o han pervertido sus símbolos de un modo lamentable (por el otro).
Pero esta crónica, que publica la editorial Murcia Libro en su colección Soportales, también puede ser leída de un modo menos melancólico, porque el autor despliega una asombrosa facilidad para hacernos vivir durante unas jornadas en la ciudad del Sena, paseando por los fastuosos jardines de Versalles, recorriendo con éxtasis insaciable las galerías del Louvre o sentándonos a su lado (con permiso de Jose, su mujer) en Le Moulin Rouge para contemplar el espectáculo de esa noche. Como condimentos añadidos, el novelista de Molina nos aporta anécdotas que algunos aceptarán como reales y otros las etiquetarán de fantasiosas (por ejemplo, afirma que se encontraron con una farmacéutica de Alicante llamada Flavia Tamara, hermana de Telémaco e hija de Antuliano); y espolvorea la mezcla con su fresco y contagioso sentido del humor, que lo lleva a contarnos, en relación con el hotel Ritz, que “por sólo siete mil euros la noche te puedes hospedar en la suite que, durante tantos años, ocupara Coco Channel. El precio incluye el desayuno” (p.36).
Una obra divertida, amena y divulgativa, pero que nos obliga a ponernos serios cuando habla de los emigrantes españoles del pasado o del melancólico mensaje que su esposa y él dejaron sobre la tumba del filósofo y agitador social Jean-Paul Sartre.

Acérquense a los Soportales de Murcia y háganse con ella: me agradecerán el consejo.

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