Explicaba el siempre exacto Jorge Luis Borges que
utilizar la expresión “viaje espacial” resulta más bien absurdo porque todos
los viajes, en realidad, son espaciales. Lo que Paco López Mengual descubre y
nos explica en las páginas de Unos días
en París es que también pueden constituir en el fondo un desplazamiento
temporal. Así, cuando se dispone a viajar a la capital francesa con su mujer y
su hija, recuerda el libro Las maravillas
del mundo, que leía en su infancia, y anota en la página 9: “Estos días, y
sólo en la ciudad de París, voy a tener la posibilidad de contemplar al natural
cuatro de las prodigiosas edificaciones que aparecían reseñas en el interior:
la torre Eiffel, Notre-Dame, el palacio de Versalles y el Arco del Triunfo. Sin
duda, este viaje lo es también a las meriendas de mi infancia”. Y cuando el
volumen está tocando a su fin advertimos el segundo gran viaje de vuelta, en
esta ocasión a la juventud, cuando el narrador y su esposa se toman un café en
Les deux magots pensando en Jean-Paul Sartre y se sorprenden con el Ferrari
Testarrosa que hay aparcado en la puerta y el elevadísimo precio de la
consumición, que “no ha sido nada proletario” (p.61). Viaje, pues, con un doble
objetivo: el descubrimiento y el redescubrimiento. La conversión de imágenes en
formas y colores (por un lado) y la constatación de que algunas personas han
olvidado ciertas luchas o han pervertido sus símbolos de un modo lamentable
(por el otro).
Pero esta crónica, que publica la editorial Murcia
Libro en su colección Soportales, también puede ser leída de un modo menos
melancólico, porque el autor despliega una asombrosa facilidad para hacernos
vivir durante unas jornadas en la ciudad del Sena, paseando por los fastuosos
jardines de Versalles, recorriendo con éxtasis insaciable las galerías del
Louvre o sentándonos a su lado (con permiso de Jose, su mujer) en Le Moulin
Rouge para contemplar el espectáculo de esa noche. Como condimentos añadidos,
el novelista de Molina nos aporta anécdotas que algunos aceptarán como reales y
otros las etiquetarán de fantasiosas (por ejemplo, afirma que se encontraron
con una farmacéutica de Alicante llamada Flavia Tamara, hermana de Telémaco e
hija de Antuliano); y espolvorea la mezcla con su fresco y contagioso sentido
del humor, que lo lleva a contarnos, en relación con el hotel Ritz, que “por
sólo siete mil euros la noche te puedes hospedar en la suite que, durante
tantos años, ocupara Coco Channel. El precio incluye el desayuno” (p.36).
Una obra divertida, amena y divulgativa, pero que
nos obliga a ponernos serios cuando habla de los emigrantes españoles del
pasado o del melancólico mensaje que su esposa y él dejaron sobre la tumba del
filósofo y agitador social Jean-Paul Sartre.
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