viernes, 27 de mayo de 2016

El estudiante de Salamanca



Ahí es nada. La historia salmantina de don Félix de Montemar, “segundo don Juan Tenorio” (como lo llama el autor, José de Espronceda, en el verso 100). No atino a recordar en qué fecha leí por primera vez estas páginas. Debía estar recién llegado a las aulas universitarias, así que calculo que sería hacia 1986.  Me encontré en sus versos con un cínico prepotente que, después de engolosinar a la tierna Elvira con la falsedad de sus amores, se distancia gélidamente de ella y le muestra la crueldad del desengaño (“Hojas del árbol caídas / juguetes del viento son: / las ilusiones perdidas / ¡ay! son hojas desprendidas / del árbol del corazón”, vv. 268-272). Al fin, tras grandes tormentos emocionales, “murió de amor la desdichada Elvira” (v.343), tras despedirse por escrito de su impasible amado. Por supuesto, su muerte no quedará impune, porque su hermano don Diego de Pastrana desafía abiertamente al cínico don Félix (“Juego a mi labio han de dar / abiertas todas tus venas, / que toda su sangre apenas / basta mi sed a calmar”, vv.628-631).
Pero la parte más intensa y más conocida de esta obra se produce cuando el descreído don Félix encuentra por la calle a una enigmática mujer vestida de blanco, a quien sigue lujurioso hasta el interior de un cementerio. Allí descubrirá que en ocasiones es mejor mostrarse prudente y no desafiar al Destino, porque puede ocurrir que se reciba un golpe del que uno no pueda reponerse.

Escritos con una engañosa facilidad, los versos de Espronceda mantienen aún el fresco vuelo que tuvieron en sus orígenes. Y aunque numerosos pasajes de su argumento nos produce hoy más sonrisas que otra cosa (la muerte repentina y atribulada de doña Elvira, los desafíos irreverentes de don Félix, cierta rigidez esquemática en la psicología de los personajes) hay que reconocer la vigorosa música que mantiene a flote la obra.

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