jueves, 19 de mayo de 2016

Café Karnak



Escribió Lope de Vega en cierta ocasión que “a veces los lugares son historias”, y no podría encontrarse mejor rótulo para comenzar mi comentario sobre Café Karnak, del egipcio Naguib Mahfuz, una novela corta que se centra en un local de bebidas al que el narrador accede de forma accidental, mientras espera que le arreglen un reloj que tiene estropeado. Una vez dentro se encontrará con la sorpresa de que la dueña del local es una antigua bailarina llamada Qarándula, y que los clientes asiduos constituyen una especie de pequeña familia, en la que pronto se siente integrado.
En ese microcosmos burbujean personas que, siendo muy diferentes, conviven con gran naturalidad y con altas dosis de respeto: jóvenes que se plantean discrepancias con el gobierno, viejos que comentan sobre el pasado mientras beben café con gran solemnidad, antiguos funcionarios que ahora trabajan como camareros… Pero pronto surgirán las grietas en ese mundo idílico cuando los jóvenes sean detenidos por las fuerzas represivas del Estado, que los consideran simpatizantes de los Hermanos Musulmanes (en primer lugar) o comunistas (después). Las torturas con las que son vejados quiebran la calma del café Karnak e instalan en sus corazones una indeleble sensación de desesperanza y de amargura.
A la vez, existen varias historias de amor (pasionales unas, melancólicas y secretas otras), mezclándose con esa trama política. Las dos más notables giran alrededor de Qarándula, quien ama al joven Hilmi Hamada y que, a su vez, es amada por el camarero del local, quien intenta que la antigua bailarina se compadezca de su largo fervor y acceda a casarse con él. En relación con esta última historia no me resisto a copiar un fragmento memorable. El pobre hombre, no pudiendo permanecer más tiempo con los labios sellados, revela ante Qarándula lo que burbujea en su corazón:

“–¿Qué pecado he cometido? Te quiero, pero ¿cuál es mi culpa? ¿Por qué me hieres cada día? ¿No sabes que me mata verte morir de tristeza? ¿Por qué? No desprecies mi amor; el amor no se desprecia, es demasiado elevado y noble como para eso. Me da pena que desperdicies sin piedad los días que le quedan a tu preciosa vida y seas incapaz de admitir que mi corazón es el único que te adora.
Qaránfula rompió su silencio y dijo, dirigiéndo­se a nosotros:
–Este hombre no quiere respetar mi tristeza.
Zain Al Abadin respondió con amargura:
–¿Quién, yo? Yo respeto a los sinvergüenzas, a los hipócritas, a los criminales, a los rufianes y a los corruptos. ¿Cómo no voy a respetar la tristeza de la mujer que me ha enseñado a venerarla? Perdóna­me, entristécete cuanto quieras, entrégate a tu des­tino, sumérgete en el fango de los días. Que Dios te acompañe.
–Es mejor que te vayas –dijo ella con calma.
–No tengo otro sitio donde ir. ¿Adonde quieres que me vaya? Al menos aquí hay una ilusión loca que a veces tomo por esperanza.
Rápidamente recobró la compostura y la calma y se sintió avergonzado. Para correr un velo sobre su imprudencia, se levantó con el ímpetu y la ga­llardía de un soldado y, mirando a Qaránfula, dijo:
–Perdona.
Inclinó la cabeza en señal de saludo, luego se sentó y empezó a fumar el narguile”.

Un día, por sorpresa, el abominable torturador que ha sido el responsable de las detenciones de los jóvenes, Jalid Safwán, aparece por el café, y el relato se tiñe de una nueva dimensión.
Escrita con una sobriedad elegante, esta pieza de Naguib Mahfuz nos permite conocer de primera mano la forma de pensar de los habitantes de su país, inmersos en una revolución demasiado larga y demasiado decepcionante. Muy notable.

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