“Este pequeño compendio de poemas sale a la luz
pidiendo disculpas, como quien dijo sin querer algo que sólo lo estaba pensando
[...] Leedlo de noche, medianamente ebrios y con holgura en el cerebro”. Ésta
es la petición que formula el conquense José Luis Coll en las últimas líneas
del prólogo que abre sus Poemas,
puestos en las librerías por Polar Ediciones en 1983.
Se trata de un tomo donde se cobijan dos tipos de
composiciones. En las de aliento más largo (versos de arte mayor) el famoso
humorista no suele acertar casi nunca con el aliento poético. Se muestra falto
de ritmo; emplea unas rimas pobres (cuando no directamente ripiosas: “Yo tengo
nariz para oler lo bueno. / Con ella no huelo lo que huele a cieno”); y tampoco
consigue brillar en el empleo de metáforas y adjetivos. En los poemas de arte
menor, en cambio, sí que logra algunos instantes felices, teñidos de un cierto
toque filosófico o temporal (“La muñeca de mi hija / siempre está quieta. / La
muñeca de mi hija / es ya mi nieta”) o embarcados en reflexiones sobre asuntos tan
humanos como el amor, la compasión o la amistad (“Hallé un día entre los
hombres / un leal y fiel amigo. / Jamás se lo dije a nadie. / Nadie me hubiera
creído”).
En suma, un volumen no demasiado relevante en la
trayectoria literaria del autor y que, con otra firma, ni siquiera habría sido
publicado.
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