Este ameno, interesante y espléndido libro de
Antonio Botías, cronista oficial de Murcia, comienza —no podía ser de otra
forma tratándose de esta tierra— con una aproximación muy interesante a los sistemas
de regadío tradicionales, al trasvase Tajo-Segura y a otros temas relacionados
con el agua, como la curiosa noticia que apareció en la prensa local en 1954,
donde se aseguraba que un científico llamado José Serrano Camarasa había
descubierto el modo de que aumentaran las lluvias sin usar procedimientos
químicos. En esa línea, la Hoja del Lunes del 20 de agosto de 1979
tituló: “Hay agua para todos”, con lo que se anticipaba al sintagma que tres
décadas después se haría harto famoso en nuestra comunidad autónoma.
Después explica con amenidad las industrias de la
seda y del pimentón (incluida aquí la curiosa guerra que se produjo en el
último cuarto del siglo XIX para evitar los abusos y adulteraciones de este
producto), así como los inventos curiosos que surgieron del magín de murcianos.
Sirvan como muestra aquel inefable pañal para perros o el innovador “avisador
de accidentes para coches” que se mencionan en la página 45 de este volumen.
¿Sabían ustedes que el pastel de carne, una de las
cumbres de la gastronomía murciana, estaba ya regulado en las Ordenanzas de
Pasteleros de 1695? ¿Y que el célebre pan
tumaca catalán fue invento murciano? ¿Y que en Murcia se aprobó en 1889 un
Reglamento Especial para la
Organización y Vigilancia de la Prostitución ? ¿Y que
el bandolero Jaime el Barbudo fue despedazado en cinco trozos en la actual
plaza de Santo Domingo de Murcia y que se frieron esos cinco trozos, antes de
exponerlos en Hellín, Sax, Fortuna, Jumilla y Abanilla? ¿Y que al premio Nobel
de Literatura Ernest Hemingway le robaron la cartera mientras asistía a una
corrida de toros en La
Condomina , en 1959? ¿Y que el mayor naufragio de la historia
del Mediterráneo se produjo frente a las costas del Cabo de Palos, en 1906? ¿Y
que Murcia registró en julio de 1876 una noche en que la temperatura se situó
en los 34 grados, mientras que por el día rozó los 48? ¿Y que el mayor
meteorito jamás registrado en España cayó en Molina de Segura la Nochebuena de 1858? ¿Y
que los esfuerzos del ayuntamiento de Murcia para darle al Paseo del Malecón el
nombre de Paseo de Menéndez Pelayo resultaron infructuosos? ¿Y que el palacio
de los Saavedra tuvo que ser sometido a un exorcismo para liberarlo de un alma
en pena o un duende que vagaba por allí? ¿Y qué me dicen de la calavera risueña
de la catedral, cuya enigmática desaparición se cuenta entre las páginas 260 y
262, y que bien podría servir como base para una novela de Santiago Delgado?
No hay asunto de la realidad histórica murciana que
escape a las indagaciones de este libro delicioso, útil e impagable: el
entierro de la sardina, las procesiones de Semana Santa, las fiestas de san
Blas, las riadas, la sequía, los aguinaldos, las ejecuciones públicas, los
moriscos, los terremotos... Además, cuenta con un número elevadísimo de recortes
de prensa y fotografías antiguas que se van incorporando al texto y que lo
sazonan de riquísimos matices y poderío comunicativo.
Ya les digo: una obra admirable que dice mucho de
la tierra donde vivimos. Y de su autor. Hagan por leerlo.
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