Siempre me han llamado la atención los Evangelios apócrifos, así que
aprovechando que tengo una edición en tres volúmenes de la Biblioteca Jorge
Luis Borges me he animado a recorrerlos durante un par de meses con un lápiz y
con silencio... En estos volúmenes, traducidos por Edmundo González-Blanco, me
encuentro con muchos detalles que llaman mi atención, y que trataré de reflejar
en un par de páginas. Obviaré, como es lógico, todos los aspectos sobradamente
conocidos de la doctrina cristiana (los milagros más repetidos, las frases más
recordadas, las anécdotas mil veces explicadas), para centrarme en los detalles
pequeños, curiosos o que, simplemente, me han sorprendido con mayor fuerza.
Por ejemplo, en El
Protoevangelio de Santiago figura una secuencia (capítulo III) que recuerda
mucho a la pieza teatral La vida es sueño,
de Calderón de la Barca :
Ana mira a su alrededor y se pregunta si ella es semejante a los pájaros del
cielo, a las bestias de la
Tierra , etc. En El
evangelio del Pseudo-Mateo sorprende la actitud colérica y repelente de un
niño Jesús que, habiendo contemplado cómo otro niño le rompe un juego,
dictamina: “Grano execrable de iniquidad, hijo de la muerte, oficina de Satán,
a buen seguro que el fruto de tu semilla quedará sin fuerza, tus raíces sin
humedad, tus ramas áridas y sin sazonar. Y en seguida, en presencia de todos,
el niño se desecó y murió” (cap. XXVIII). También en éste se nos habla de un
maestro que, tras golpear al niño Jesús porque no obedece sus instrucciones,
cae fulminado (cap. XXXVIII). Son escenas que anonadan por su salvajismo. En El evangelio de la natividad de María
aparece una frase donde la homosexualidad (y ojo, porque la frase tene miga) queda
liberada de toda culpa desde el punto de vista religioso: “Dios es vengador del
pecado, mas no de la naturaleza” (cap. III). En Historia de la infancia de Jesús según Santo Tomás brilla una
sentencia donde se condena la palabrería vacua: “Nada puede salir de ti, más
que palabras, y no sabiduría” (cap. VI). En El
evangelio árabe de la infancia se explica que la Virgen María entregó a los
Reyes Magos un pañal usado de Jesús y que éstos lo tomaron con gran alegría y
lo besaron con gratitud (caps. VII-VIII). En El evangelio armenio de la infancia se asegura que la madre de
Jesús aceptó ser fecundada por el Espíritu Santo tras muchas dudas y
vacilaciones, y que por fin el soplo divino “penetró en ella por su oreja”
(cap. V) En el mismo texto se nos explica qué regalos ofrecieron al recién
nacido los Reyes Magos: “El primer rey, Melkon, aportaba, como presentes,
mirra, áloe, muselina, púrpura, cintas de lino, y también los libros escritos y
sellados por el dedo de Dios. El segundo rey, Gaspar, aportaba, en honor del
niño, nardo, cinamomo, canela e incienso. Y el tercer rey, Baltasar, traía consigo
oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran tamaño” (cap.
XI). Igualmente se nos refiere cómo Jesús estiró un tablón de madera con sus
manos, para que su padre pudiera terminar una obra que tenía encomendada (cap.
XX) o que lo pusieron de aprendiz con un tintorero porque no había forma de que
aprendiese oficio alguno, dada su manifiesta torpeza (cap. XXI).
En El
evangelio de la venganza del Salvador se nos ofrece un retrato bastante
sangrante del emperador romano Tiberio (“Era un insensato, lleno de fiebres y
de úlceras, y con siete géneros de lepra en su cuerpo”, p.327) y en la Historia copta de José el carpintero una
afirmación curiosa: que el padre de Jesús tuvo, fruto de su primer matrimonio,
seis hijos, y que solamente tras enviudar se casó con la Virgen María. Un poco después, la Historia árabe de José el carpintero, que en muy
poco difiere de la anterior, aporta más detalles sobre esta descendencia, al
asignarles nombres a sus hijos: Judas, Justo, Jacobo, Simón, Asia y Lidia. Ya
de paso, este mismo evangelio nos dice que el carpintero “estaba muy instruido
en las ciencias”, lo que constituye una sorpresa en la que nunca insisten los
demás textos sagrados. No menos singular es el Tránsito de la Bienaventurada
Virgen María, en cuyo capítulo II se afirma que un grupo
de judíos “tomaron la cruz de Cristo, y las de los ladrones, y la lanza con que
Nuestro Señor fue herido, y sus vestiduras, y los clavos, y la corona de
espinas que había sido puesta en su cabeza, y el sudario con que se lo enterró,
y los ocultaron en un lugar que mantuvieron secreto” (p.396). Menuda cueva del
tesoro para los buscadores de reliquias y menudo filón para los novelistas que
quieran redactar un bestseller. Tampoco deja de llamar la atención que algunos
ciegos, sordos y mudos, queriendo curar de sus dolencias, “recogieron polvo de
los muros de la casa” de la
Virgen y lo tomaron disuelto en agua (p.405). Por su parte,
nada más empezar los Fragmentos de
Evangelios Apócrifos (p.437) se nos indica que la crucifixión de Jesús fue
en realidad una ilusión, porque a quien mataron fue a Judas, a quien todos
tomaron por el Salvador.
¿Es necesario seguir amontonando curiosidades?
Léanse estos Evangelios
apócrifos si quieren disfrutar de otra visión de los personajes y escenas
que ya conocen por lecturas, ceremonias religiosas o películas, y les aseguro
que encontrarán muchas más curiosidades que les harán sonreír o sorprenderse.
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