miércoles, 30 de diciembre de 2015

Evangelios apócrifos



Siempre me han llamado la atención los Evangelios apócrifos, así que aprovechando que tengo una edición en tres volúmenes de la Biblioteca Jorge Luis Borges me he animado a recorrerlos durante un par de meses con un lápiz y con silencio... En estos volúmenes, traducidos por Edmundo González-Blanco, me encuentro con muchos detalles que llaman mi atención, y que trataré de reflejar en un par de páginas. Obviaré, como es lógico, todos los aspectos sobradamente conocidos de la doctrina cristiana (los milagros más repetidos, las frases más recordadas, las anécdotas mil veces explicadas), para centrarme en los detalles pequeños, curiosos o que, simplemente, me han sorprendido con mayor fuerza.
Por ejemplo, en El Protoevangelio de Santiago figura una secuencia (capítulo III) que recuerda mucho a la pieza teatral La vida es sueño, de Calderón de la Barca: Ana mira a su alrededor y se pregunta si ella es semejante a los pájaros del cielo, a las bestias de la Tierra, etc. En El evangelio del Pseudo-Mateo sorprende la actitud colérica y repelente de un niño Jesús que, habiendo contemplado cómo otro niño le rompe un juego, dictamina: “Grano execrable de iniquidad, hijo de la muerte, oficina de Satán, a buen seguro que el fruto de tu semilla quedará sin fuerza, tus raíces sin humedad, tus ramas áridas y sin sazonar. Y en seguida, en presencia de todos, el niño se desecó y murió” (cap. XXVIII). También en éste se nos habla de un maestro que, tras golpear al niño Jesús porque no obedece sus instrucciones, cae fulminado (cap. XXXVIII). Son escenas que anonadan por su salvajismo. En El evangelio de la natividad de María aparece una frase donde la homosexualidad (y ojo, porque la frase tene miga) queda liberada de toda culpa desde el punto de vista religioso: “Dios es vengador del pecado, mas no de la naturaleza” (cap. III). En Historia de la infancia de Jesús según Santo Tomás brilla una sentencia donde se condena la palabrería vacua: “Nada puede salir de ti, más que palabras, y no sabiduría” (cap. VI). En El evangelio árabe de la infancia se explica que la Virgen María entregó a los Reyes Magos un pañal usado de Jesús y que éstos lo tomaron con gran alegría y lo besaron con gratitud (caps. VII-VIII). En El evangelio armenio de la infancia se asegura que la madre de Jesús aceptó ser fecundada por el Espíritu Santo tras muchas dudas y vacilaciones, y que por fin el soplo divino “penetró en ella por su oreja” (cap. V) En el mismo texto se nos explica qué regalos ofrecieron al recién nacido los Reyes Magos: “El primer rey, Melkon, aportaba, como presentes, mirra, áloe, muselina, púrpura, cintas de lino, y también los libros escritos y sellados por el dedo de Dios. El segundo rey, Gaspar, aportaba, en honor del niño, nardo, cinamomo, canela e incienso. Y el tercer rey, Baltasar, traía consigo oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran tamaño” (cap. XI). Igualmente se nos refiere cómo Jesús estiró un tablón de madera con sus manos, para que su padre pudiera terminar una obra que tenía encomendada (cap. XX) o que lo pusieron de aprendiz con un tintorero porque no había forma de que aprendiese oficio alguno, dada su manifiesta torpeza (cap. XXI).
En El evangelio de la venganza del Salvador se nos ofrece un retrato bastante sangrante del emperador romano Tiberio (“Era un insensato, lleno de fiebres y de úlceras, y con siete géneros de lepra en su cuerpo”, p.327) y en la Historia copta de José el carpintero una afirmación curiosa: que el padre de Jesús tuvo, fruto de su primer matrimonio, seis hijos, y que solamente tras enviudar se casó con la Virgen María. Un poco después, la Historia árabe de José el carpintero, que en muy poco difiere de la anterior, aporta más detalles sobre esta descendencia, al asignarles nombres a sus hijos: Judas, Justo, Jacobo, Simón, Asia y Lidia. Ya de paso, este mismo evangelio nos dice que el carpintero “estaba muy instruido en las ciencias”, lo que constituye una sorpresa en la que nunca insisten los demás textos sagrados. No menos singular es el Tránsito de la Bienaventurada Virgen María, en cuyo capítulo II se afirma que un grupo de judíos “tomaron la cruz de Cristo, y las de los ladrones, y la lanza con que Nuestro Señor fue herido, y sus vestiduras, y los clavos, y la corona de espinas que había sido puesta en su cabeza, y el sudario con que se lo enterró, y los ocultaron en un lugar que mantuvieron secreto” (p.396). Menuda cueva del tesoro para los buscadores de reliquias y menudo filón para los novelistas que quieran redactar un bestseller. Tampoco deja de llamar la atención que algunos ciegos, sordos y mudos, queriendo curar de sus dolencias, “recogieron polvo de los muros de la casa” de la Virgen y lo tomaron disuelto en agua (p.405). Por su parte, nada más empezar los Fragmentos de Evangelios Apócrifos (p.437) se nos indica que la crucifixión de Jesús fue en realidad una ilusión, porque a quien mataron fue a Judas, a quien todos tomaron por el Salvador.
¿Es necesario seguir amontonando curiosidades?

Léanse estos Evangelios apócrifos si quieren disfrutar de otra visión de los personajes y escenas que ya conocen por lecturas, ceremonias religiosas o películas, y les aseguro que encontrarán muchas más curiosidades que les harán sonreír o sorprenderse.

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