Joseph
Brodsky nació judío y ruso en 1940; después fue declarado “parásito social” por
las autoridades soviéticas (1964); y por fin terminó instalándose en Estados
Unidos, país que le concedió la nacionalidad en 1977. Nada de esto lo traería a
esta página si no hubiera escrito admirables obras en prosa y verso, que le
valieron el premio Nobel de Literatura en 1987.
Menos que uno es un volumen formado
por varios textos donde adquiere una gran dimensión la presencia del yo,
empapando unas secuencias con grandes dosis autobiográficas, escritas entre el
lirismo y la melancolía, entendidos ambos conceptos desde el punto de vista
apolíneo.
“Menos que
uno” se sustenta sobre muchas imágenes de su niñez, que Brodsky traslada al
papel sin voluntad psicoanalítica (“No
creo ni por un momento que todas las claves de la personalidad deban
encontrarse en la infancia”), en la que se mueve hacia atrás y hacia delante,
mezclando elementos de forma ucrónica (“La vida nunca me ha parecido constituida
por un conjunto de transiciones claramente delimitadas, sino que más bien va
creciendo a la manera de una bola de nieve y, cuanto más crece, más se parece
un lugar a otro o una época a otra”).
“Guía para una ciudad rebautizada” nos
habla de su ciudad natal. Entre Pedro I el Grande, cuyo nombre la designó
durante un tiempo (“Petersburgo”) y Lenin, que le dio nombre durante otro
(“Leningrado”), los habitantes prefirieron casi siempre llamarla con el
apelativo cariñoso de “Peter”. Joseph Brodsky lo resume en unas líneas irónicas:
“Esta ciudad, con sus doscientos setenta y cinco años a cuestas, tiene dos
nombres, el de soltera y un apodo, y en general sus habitantes tienden a no
utilizar ninguno de ellos”. Y nos habla de algunas de sus virtudes, con
hipérboles deliciosas (“Hay tanto
silencio en derredor que casi puede oírse el tintineo de una cuchara que se
caiga en Finlandia”).
Luego dedica tres escritos a hablarnos de
escritores a quienes admira (Ossip Mandelstam, su esposa Nadeyda y W.H. Auden),
mucho más interesantes para filólogos que para lectores comunes.
“Fuga de
Bizancio” es el más complejo y divagatorio de los escritos, porque se adentra
en consideraciones topográficas, históricas y filosóficas sobre la ciudad de
Estambul, cuna de su “poeta favorito” (Kavafis). Aprovecha también para
decirnos que la idea de viajar y hacer
turismo no le resulta demasiado amable, dado el cariz absurdo que los japoneses
han impuesto como canon: fotografiarse ante cualquier monumento o lugar para
que quede constancia de su paso por allí (“El Cogito ergo sum cede el
paso al Kodak ergo sum”).
Y, por fin,
el más estremecedor de los textos: “En una habitación y media”. Ahí nos habla
de sus padres, que de pronto se encontraron presos de un sistema que coartaba
su libertad y que los obligaba a vivir como animales, estabulados con
directrices estatales, imposibilitados para viajar o para tomar decisiones que
cualquier democracia considera básicas. Por eso Brosdky eligió la lengua
inglesa para tributarles este homenaje: “Escribir sobre ellos en ruso sería sólo ampliar su cautividad, su
reducción a la insignificancia, cuyo resultado no podría ser otro que la
aniquilación mecánica. Sé que no habría que comparar el estado con el idioma,
pero fue en ruso que dos viejos, que se arrastraron durante doce años por las
numerosas cancillerías y ministerios del Estado con la esperanza de conseguir
un visado para ir al extranjero a ver a su único hijo antes de que les llegara
la muerte, oyeron la respuesta que les reveló que el estado consideraba
aquella visita «fuera de lugar»”. Quizá recordar a sus padres de esta forma
tenga que ver con el hecho de no haber pasado sus últimos años a su lado, en
Rusia, pero no quiere detenerse en esa posibilidad porque “pocas cosas hay más
fútiles que sopesar las opciones que uno ha tenido de manera retrospectiva”. Ante
todo, nos dice Brosdky como resumen y conclusión, “estoy agradecido a mi madre
y a mi padre, no sólo por haberme dado la vida, sino también por no haber
educado a su hijo como un esclavo”.
Una obra admirable, luminosa y
bellísima, que me ha encantado leer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario