viernes, 18 de diciembre de 2015

Menos que uno



Joseph Brodsky nació judío y ruso en 1940; después fue declarado “parásito social” por las autoridades soviéticas (1964); y por fin terminó instalándose en Estados Unidos, país que le concedió la nacionalidad en 1977. Nada de esto lo traería a esta página si no hubiera escrito admirables obras en prosa y verso, que le valieron el premio Nobel de Literatura en 1987.
Menos que uno es un volumen formado por varios textos donde adquiere una gran dimensión la presencia del yo, empapando unas secuencias con grandes dosis autobiográficas, escritas entre el lirismo y la melancolía, entendidos ambos conceptos desde el punto de vista apolíneo.
“Menos que uno” se sustenta sobre muchas imágenes de su niñez, que Brodsky traslada al papel sin voluntad psicoanalítica (“No creo ni por un momento que todas las claves de la personalidad deban encontrarse en la infancia”), en la que se mueve hacia atrás y hacia delante, mezclando elementos de forma ucrónica (“La vida nunca me ha parecido consti­tuida por un conjunto de transiciones claramente delimitadas, sino que más bien va creciendo a la manera de una bola de nieve y, cuanto más crece, más se parece un lugar a otro o una época a otra”).
“Guía para una ciudad rebautizada” nos habla de su ciudad natal. Entre Pedro I el Grande, cuyo nombre la designó durante un tiempo (“Petersburgo”) y Lenin, que le dio nombre durante otro (“Leningrado”), los habitantes prefirieron casi siempre llamarla con el apelativo cariñoso de “Peter”. Joseph Brodsky lo resume en unas líneas irónicas: “Esta ciudad, con sus doscientos setenta y cin­co años a cuestas, tiene dos nombres, el de soltera y un apodo, y en general sus habitantes tienden a no utilizar ninguno de ellos”. Y nos habla de algunas de sus virtudes, con hipérboles deliciosas (“Hay tanto silencio en derredor que casi puede oírse el tintineo de una cuchara que se caiga en Finlandia”).
Luego dedica tres escritos a hablarnos de escritores a quienes admira (Ossip Mandelstam, su esposa Nadeyda y W.H. Auden), mucho más interesantes para filólogos que para lectores comunes.
“Fuga de Bizancio” es el más complejo y divagatorio de los escritos, porque se adentra en consideraciones topográficas, históricas y filosóficas sobre la ciudad de Estambul, cuna de su “poeta favorito” (Kavafis). Aprovecha también para decirnos que la idea de viajar y hacer turismo no le resulta demasiado amable, dado el cariz absurdo que los japoneses han impuesto como canon: fotografiarse ante cualquier monumento o lugar para que quede constancia de su paso por allí (“El Cogito ergo sum cede el paso al Kodak ergo sum”).
Y, por fin, el más estremecedor de los textos: “En una habitación y media”. Ahí nos habla de sus padres, que de pronto se encontraron presos de un sistema que coartaba su libertad y que los obligaba a vivir como animales, estabulados con directrices estatales, imposibilitados para viajar o para tomar decisiones que cualquier democracia considera básicas. Por eso Brosdky eligió la lengua inglesa para tributarles este homenaje: “Escribir sobre ellos en ruso sería sólo am­pliar su cautividad, su reducción a la insignificancia, cuyo re­sultado no podría ser otro que la aniquilación mecánica. Sé que no habría que comparar el estado con el idioma, pero fue en ruso que dos viejos, que se arrastraron durante doce años por las numerosas cancillerías y ministerios del Estado con la es­peranza de conseguir un visado para ir al extranjero a ver a su único hijo antes de que les llegara la muerte, oyeron la res­puesta que les reveló que el estado consideraba aquella visita «fuera de lugar»”. Quizá recordar a sus padres de esta forma tenga que ver con el hecho de no haber pasado sus últimos años a su lado, en Rusia, pero no quiere detenerse en esa posibilidad porque “pocas cosas hay más fú­tiles que sopesar las opciones que uno ha tenido de manera re­trospectiva”. Ante todo, nos dice Brosdky como resumen y conclusión, “estoy agradecido a mi madre y a mi padre, no sólo por haberme dado la vida, sino también por no haber educado a su hijo como un esclavo”.

Una obra admirable, luminosa y bellísima, que me ha encantado leer.

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